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Educar la mente: las capacidades intelectuales

 

“Puedes disfrutar del coche más valioso, del más lindo y potente, pero si no sabes preparar su mecánica para aprender a sacarle el máximo provecho de todos sus potenciales muy probablemente acabarás perdiendo la carrera.”


E. Pitipaldi


4.7. Razono y por lo tanto, existo: Mi mente. Educar las capacidades intelectuales

 

Recuerdo que ya hace muchos años, cuando era bastante más joven que ahora, con un amigo filosofábamos alrededor de la célebre frase de Descartes: “Pienso, luego existo”. Mi humilde atrevimiento consistía en refutar esta sentencia, destruyéndola para, después, volverla a edificar cambiándole los fundamentos y atribuyéndole una consistencia que para mí resultaba mucho más humana y no tan animal: “Razono, luego existo”.

Con el tiempo he recordado diversas veces esta nueva frase y he aprendido a no darle excesiva importancia y a la vez, a extraerle más y más zumo. No soy ni he sido nunca un hombre al qué le gusten demasiado que las ideas se cierren. Me encanta abrir ideas y buscar sus ventajas y sus inconvenientes, sus medias verdades y sus medias mentiras.

Al pensar, pero, en un encabezamiento para este capítulo, en el cual intentaré demostrar la importancia que deberá dar La Escuela de la Alegría a la educación de todas las capacidades que nuestra mente nos regala, la frase que tantos dolores de cabeza y tantos “placeres de cabeza” me ha traído, se me ha mostrado de forma tan clara que no he podido evitar de anotarla.

Seguramente muchos habréis oído contar que Albert Einstein, de pequeño, iba muy mal en los estudios. ¿Sabíais, pero, que iba tan mal que su profesor llegó a creer que era retrasado? Y puesto que hemos llegado, aunque sea anecdóticamente, a hablar de rendimientos escolares, vosotros que me leéis y sois maestros o padres o sencillamente, personas que estáis interesadas en el tema de la educación, ¿no habéis creído desde siempre que aquellos alumnos que acaban sacando mejores notas en las áreas relacionadas tradicionalmente con el uso de las capacidades intelectuales (matemáticas, lenguaje, naturales, sociales, física, etc.) son los más inteligentes? Sí, ya sé que me podéis responder que la variable “esfuerzo” también interviene, ¿pero la tendencia de todos nosotros no es la de definir al hijo o al alumno que aprende con más facilidad y menos esfuerzo como el más inteligente? De alguna manera, y seguramente sin querer, el más alto grado dentro los niveles intelectuales acostumbramos a adjudicarlo a aquel niño que demuestra más memoria, más lógica, más rapidez en la resolución de problemas y, en general, más capacidad para aprender correcta y rápidamente. Si seguimos esta lógica, pero, Einstein debía de ser un niño muy tonto… Y claro, aquel niño “cortito” desarrolló su genial inteligencia de mayor… ¿o quizás estamos todos equivocados cuando relacionamos el rendimiento académico con la capacidad intelectual? Yo pienso que ninguna de estas afirmaciones es cierta, y no lo son porque no es lo mismo tener que usar. Y no lo son porque estamos valorando sólo una parte de lo que se considera hoy como inteligencia. Del segundo razonamiento ya me ocuparé más adelante, y con respecto al primero tenéis ya, si habéis leído los capítulos anteriores, un montón de argumentos aplicables en este caso. Un niño puede estar dotado con una memoria determinada, una lógica y muchas más capacidades mentales, pero puede que, si no sabe o no quiere ejercitarlas, las tenga adormecidas. Puede ser también que la forma con qué le ofrecen enfrentar los aprendizajes no le interese o no le motive lo suficiente, o que quizás no disfrute con aquello que se propone y se hace en la escuela y decida, aunque sea subconscientemente, aislarse y no integrarse en la dinámica educativa. También puede que no conecte con el maestro, se automargine o se sienta marginado en aquello que hace el grupo. O puede que pase por unos momentos emocionales difíciles y no sea capaz de enfrentar el menor asomo de hito, o puede que...

Cuando Guillem se pregunta si la causa de la baja en su rendimiento es porque se ha vuelto “tonto” me recuerda el caso que me explicó un compañero: cuando era un niño, sus padres decidieron que a todos los hermanos los debían llevar a un gabinete psicológico para que les pasaran unos test de inteligencia. Eran los años sesenta y los resultados obtenidos por todos condicionaron desde entonces las diferentes valoraciones que se hacían de los estudios de cada hijo: “Si yo sacaba un notable, me regañaban… En cambio si mi hermano conseguía un suficiente le aplaudían...”, me explicó todavía dolido por la injusticia. Y yo me pregunto: ¿Qué midieron realmente aquellos tests? ¿La lógica, las capacidades matemáticas, espaciales y verbales? ¿Quizás la memoria también? Sí, ya sé que los resultados que se pueden derivar de un test pueden dar muchas más pistas que un sencillo golpe de vista, ¿pero pueden llegar nunca a ser una sentencia cerrada que nos otorgue de por vida un coeficiente intelectual?

Parece que durante muchos años se ha pretendido afirmar que la inteligencia es una facultad totalmente hereditaria: que lo llevamos en los genes, ¡vaya! Incluso ha habido intentos de adjudicar más o menos niveles de inteligencia según las razas. ¿Quizás algún psicólogo muy listo pretendió pasar tests elaborados en Europa, y para los europeos, a niños y niñas esquimales, y descubrió que no eran tan listos? Qué sandez, ¿no os parece? Al responsable le pasaría yo el “test de las vacas locas”… Y es que, en el campo de la psicología infantil, y perdonadme si alguien se ofende, siempre ha habido unas cuántas, poquitas, eh? cabezas cuadradas que han pretendido encajar de forma global y obligada aquello que nunca se podrá encajar. Yo ya le decía, ya, a mi profesora de la facultad: “Y seguro que todos los alumnos que tendré cuando sea maestro serán equiparables a los hijos de Piaget?” Pero la verdad, demasiado caso no me hizo… ¿Que quien era Piaget? Un psicólogo que hace muchos y muchos años, entre otras muchísimas cosas, estructuró la infancia en diferentes etapas a partir de unos estudios basados en la observación de sus hijos. No, me parece que conseguir un test que sea válido para todo el mundo es del todo imposible y que la relatividad debe ser la primera ley que debería cumplir el estudio de la inteligencia humana. Porque si yo enseño el dibujo de una cabeza a la cual le falta una oreja, a mis alumnos y ante pregunta “¿de qué carece?” un niño me responde que del cuerpo, ¿será incorrecta su respuesta? Y si enseño la palabra LLACABO y pido que la transformen en el nombre de un animal, ¿será menos inteligente el que me diga “BACA” que el que me responda CABALLO o sencillamente, se habrá conformado con la primera solución que le ha parecido correcta?

No, amigos, debemos aceptar, sin el menor asomo de duda, que la inteligencia de nuestros niños tendrá un componente genético, sí, pero un componente que de ninguna forma será definitivo. Y debemos creer firmemente que las capacidades intelectuales no dependen ni de razas, ni de culturas, ni de clases socio-culturales ni del menor asomo de puñeta. No encajemos ni pretendamos de forma definitiva nunca clasificar intelectualmente a los alumnos porque les podemos privar de hacer una óptima evolución y porque, os lo aseguro, nos podemos llevar más de una sorpresa.

Intentemos ser algo más listos y descubrir que, igual que si practicamos la gimnasia y el deporte nuestro cuerpo se volverá más ágil y fuerte, si ejercitamos nuestra mente acontecerá también más potente y rica en posibilidades. Y sobre todo, no pretendamos nunca sacar conclusiones cerradas en las respuestas intelectuales del grupo o de las individualidades que lo componen, porque caeríamos en un grave error. La relatividad que envuelve este campo nos tiene que obligar a dejar siempre las puertas abiertas para conseguir que cada niño pueda andar hacia su hipotético máximo potencial con un ritmo propio, su ritmo, y no uno de impuesto.

Hacer gimnasia de cabeza o ejercicios mentales diversos, si lo preferís, será algo atribuible a muchas y diferentes áreas de aprendizaje. Alguien podría decir: “¡Como siempre hemos hecho!” ¡Por favor! Si nos confiamos y pensamos que con este presunto trabajo ya había suficiente, pienso sinceramente que continuaremos equivocándonos. Y nos equivocaremos porque seguiremos invitando a usar herramientas mentales sin haberlas educado, y erraremos porque daremos por logrados unos objetivos que en las programaciones no se introdujeron como un fin a conseguir sino como una herramienta a emplear. Es verdad que aprendiendo una canción o una poesía el niño se obliga a trabajar la memoria, pero no penséis por eso que la propuesta, inicial y final, no deja de ser cantar o recitar. La memorización acaba siendo un camino que, demasiado a menudo, los niños y las niñas deben andar solitos o solitas, con un paso más o menos rápido según su particular “facilidad” ¿No será bueno, pues, la creación de una área que se proponga de forma preferencial educar todas aquellas capacidades mentales que después vamos a acabar, nos guste o no, exigiendo como herramientas para la búsqueda de numerosísimos objetivos relativos a todas las otras áreas? ¿Sí? ¿Será bueno? La Escuela de la Alegría ya la ha creado y desde aquí os invita a todos vosotros a acompañarla en la que será, seguro, un apasionante trabajo: el de instaurar los contenidos y los objetivos que cada nivel y cada ciclo educativo deberá proponer.

¿Cuántas veces habréis sentido decir o habréis leído que el ser humano sólo acaba utilizando, normalmente, un 30% de su capacidad mental? Sería presuntuoso invitar a la nueva escuela a aumentar este porcentaje. Además, ya os he dicho que la idea de intentar crear niños y niñas prodigio siempre me ha molestado. También os he dicho, pero, que no es lo mismo tener que usar y que con el ejercicio todo es mejorable. Así, ¿no seria un propósito factible luchar por conseguir que nuestros alumnos aprendan a usar este supuesto 30% de sus inteligencias y, a través de un programado trabajo de ejercicio, puedan llegar incluso a convertirlas en óptimas? ¿Verdad que sí? Y pues, ¿porque no nos lo proponemos?

Hay otro tema que no puedo obviar en este apartado, aunque empiecen a sentirse voces que intentan relativizarlo: hace muchos años que se comenta que el periodo más importante en el desarrollo de nuestras capacidades intelectuales es el comprendido en la etapa de la Educación Infantil, de los 0 a los 6 años. He llegado a leer que al finalizar esta etapa hemos desarrollado ya el 70% del nivel que nuestras facultades mentales lograrán cuando seamos adultos. Como ya podéis suponer, mi primer impulso me convidaría a relativizar esta afirmación… Pero no, mi experiencia me hace pensar que en ella se esconde una verdad, no absoluta pero, sí que en gran parte, cierta. La multiplicidad y la diversidad de los aprendizajes que son capaces de desarrollar los niños desde que nacen hasta los 6 años nos debe hacer sacar el sombrero y considerar que realmente en ningún otro periodo de nuestra vida podremos repetir nada parecido. Yo no creo que esto del 70% sea definitivo, pero sí que pienso que si supiéramos aprovechar bien la facilidad para aprender que tienen los niños más pequeños (sin pasarnos ¿eh?, ¡que quede claro!), nuestros propósitos educativos posteriores se verían muy favorecidos. Invito desde aquí, pues, a hacer una reflexión que retomaré más adelante, en otro capítulo, porque considero que puede llegar a ser otra de las bases que pueden llegar a garantizar el éxito global de la pedagogía del goce.

¿No os ha pasado nunca que, intentando recordar el nombre de alguien o de algo, os habéis llegado a obsesionar, buscando y rebuscando en vuestro cerebro sin obtener respuesta? ¿No os ha pasado también alguna vez que, habiéndoos rendido en vuestra búsqueda, al cabo de un rato, cuando ya no pensabais en ello, os ha venido a la mente el nombre, como si fuera un regalo del cielo? Nuestra mente también nos sorprende muchas veces ofreciéndonos respuestas sin que nosotros seamos conscientes de los mecanismos que ha utilizado para obtenerlas. Cuando uno se convierte en adulto aprende, o no, a confiar en aquellos pequeños enanos cerebrales que desde el subconsciente nos regalan soluciones correctas o buenas ideas. Muchos niños, pero, suelen desconfiar de aquello que les ofrece su cabecita… A menudo niegan saber la respuesta a una pregunta, cuando la tienen flotando adentro suyo. ¿No os habéis encontrado nunca que un alumno acaba diciendo: “Ya lo sabía!”? Entonces vosotros os veis obligados a cuestionarlo: “¿Y si lo sabías, por qué no lo decías?”. ¿No habéis intentado nunca invitar a un niño, ante un problema de cálculo mental, por poner un ejemplo, a responder aquello que le pasa por la cabeza? ¿Y cuántas veces os sorprendisteis al descubrir que “aquello” era la respuesta correcta? Debemos enseñar, a nuestros hijos y alumnos, a confiar en aquellos, a veces, incontrolados y, a veces, provocados, mecanismos cerebrales que los ayudarán muy a menudo en diferentes procesos de aprendizaje. El hecho de conseguir que los alumnos ganen confianza en las capacidades propias mientras van creciendo será también un importante reto del área que nos ocupa.

He dado muchas vueltas, he elaborado diferentes argumentos y he presentado diferentes reflexiones hablando de un concepto que todavía no he definido: la inteligencia. No intentaré hacer, pero, aquello que me parece que, todavía hoy, nadie ha podido conseguir de forma definitiva y consensuada. Lo que sí que haré es dar ideas y explicar lo que, segundos he leído en un dossier científico de una revista actual, parece ser el último intento de definir lo que, quien sabe, quizás es indefinible.

Para empezar, os regalo una definición de la inteligencia que, firmada por 52 científicos, publicó un diario a los Estados Unidos el año 1994: “ Una aptitud mental que implica, entre otras capacidades, la de razonar, prever, resolver problemas, pensar en abstracto, captar ideas complejas, aprender rápidamente y aprovechar la experiencia. Refleja un potencial para comprender nuestro entorno, dar sentido a las cosas e imaginar soluciones prácticas.” ¿Qué os parece? Yo, de entrada, os he subrayado una parte que, al dejar una puerta tan abierta, me hace pensar que la globalidad no puede estar del todo bien definida. Esta definición encajaría bastante, pero, con lo que tradicionalmente todos hemos entendido como inteligencia: una herramienta mental que nos acerca a los conocimientos y facilita los caminos de los aprendizajes. Ya he avisado, pero, que hoy, el concepto de inteligencia mental no se puede desatar de una nueva llegada: la inteligencia emocional… Será necesario que pasemos, por lo tanto, a analizar la teoría que la hizo nacer y que a mí, particularmente, me parece muy interesante.

El psicólogo norteamericano Howard Gardner es el autor de la teoría de las inteligencias múltiples. Según él, no existe un solo tipo de inteligencia. Todos estamos dotados de siete clases de capacidades intelectuales: la lógico-matemática, la espacial, la lingüística, la musical, la cinético-corporal, la interpersonal y la intrapersonal. ¿Qué os parece si hablamos algo de cada una de ellas y al acabar intentamos hacer un análisis global de esta teoría?

La inteligencia lógico-matemática se basa en la facilidad para captar situaciones o para argumentar ideas de forma lógica. Mediante esta inteligencia podemos trabajar con conceptos abstractos y somos capaces de utilizar nuestro pensamiento deductivo e inductivo. Con ella nos defendemos en el cálculo numérico, resolvemos problemas lógicos y matemáticos, y nos podemos defender en las discusiones con buenos planteamientos e hipótesis, contra planteamientos y contra hipótesis. Podemos también abstraer y operar con imágenes o símbolos mentales, encadenar series lógicas de razonamientos y evaluar situaciones o ideas antes de aceptarlas como ciertas. Este tipo de inteligencia suele relacionarse con el pensamiento científico y tradicionalmente ha sido la más admirada, asociada al hecho de ser más inteligente. Aquellos quienes la tienen más desarrollada pueden ser científicos, investigadores, ingenieros, matemáticos, economistas, etc.

La inteligencia espacial nos hace sensibles ante aspectos como el color, las líneas, las formas, las figuras, el espacio, y la relación que existe entre ellos. A través de ella nos orientamos mejor o peor en el espacio y podemos plasmar (con más o menos realismo, sobre el papel y otros apoyos) mentalmente objetos, situaciones, personas o cualquier cosa que hayamos observado o imaginado. Las capacidades asociadas nos serán básicas para cualquier tipo de conducción, tanto si es relativa a la navegación marítima, al pilotaje aéreo o como si se trata de un coche en una ciudad. Estas capacidades también nos permitirán descubrir parecidos o diferencias entre objetos, ambientes, personajes,... y reconocer rostros o escenas ya conocidos. Nos encontramos con un tipo de inteligencia que se acostumbra a encontrar, en grado importante, en oficios relacionados con las artes visuales (pintores, escultores, fotógrafos, directores de cine, etc.), con el diseño, relacionado con la medida espacial (arquitectos, ingenieros, topógrafos, etc.) y con la conducción de medios de transporte (corredores de carreras de vehículos, pilotos de avión, etc.).

La inteligencia lingüística nos permite utilizar el lenguaje de forma más o menos compleja, y a la vez, nos dota de una mejor o peor facilidad para leer y escribir. También nos permite saber escuchar y entender las explicaciones que nos dan y se manifiesta siempre que dialogamos o discutimos. Sus capacidades nos permiten utilizar las palabras para convencer a los demás de aquello que defendemos, nos regalan una mayor facilidad para retener informaciones de forma estructurada, nos facultan para reflexionar de forma más ágil sobre aquello que nos interesa o preocupa, y para dar más claridad a las ideas que pretendemos explicar. Los maestros o genios en este tipo de inteligencia acostumbran a ser poetas, novelistas, periodistas, abogados, vendedores, locutores, etc.

La inteligencia musical se relaciona con la habilidad para percibir, distinguir, transformar y expresar formas musicales. Suele aparecer, parece, cuando somos muy pequeños y se manifiesta en la manera con qué tocamos un instrumento, cantamos, escuchamos o componemos música. A través de ella, podemos distinguir las melodías o tonos en una composición musical, identificar los sonidos y discriminar el timbre de las voces y de los instrumentos. Puede servirnos también para expresar o identificar emociones, sentimientos o ideas en una obra musical. Aquellos quienes disfrutan más son, como ya os debéis suponer, los compositores, los músicos instrumentalistas, los directores de orquesta, los cantantes, etc.

La inteligencia cinético-corporal conlleva la habilidad para utilizar con destreza nuestro cuerpo y para manipular objetos o herramientas varios. Ella es la que nos permite ser mejores o peores en la competición de cualquier deporte y en la precisión con qué nuestras manos coordinan los movimientos. En general, nos permito una mejor coordinación, estática y dinámica, global de todo nuestro cuerpo y de cada una de sus partes. También es importante para dotarnos de una mayor facilidad para crear o transformar objetos y para ser más precisos en la utilización de cualquier clase de instrumento (lápiz, pincel, bisturí, etc.). Suelen tener importantes facultades cinéticas-corporales los atletas, bailarines, artesanos, cirujanos, joyeros, carpinteros, etc.

La inteligencia interpersonal nos permite entender los estados de ánimo de los demás, sus emociones, su carácter, sus motivaciones, las razones por las qué se comportan de una forma o de otra, etc. Ella nos permite integrarnos en diferentes grupos sociales, llegando incluso a liderarlos, nos facilita a adecuar las relaciones sociales y las situaciones que se derivan por tal de que nos sean favorables. Nos sirve a la vez para aprender a leer las intenciones de los demás y para poder situarnos en su lugar para poder entender mejor sus problemas. Destacarían en este tipo de inteligencia los psicólogos, los líderes políticos o religiosos, los profesores, los asistentes sociales, los entrevistadores, los guías turísticos, etc.

Y la última forma, la inteligencia intrapersonal se basa en el análisis y el control de los sentimientos propios, el autoconocimiento, en poder identificar nuestras debilidades y nuestras calidades. Las capacidades que se derivan nos permiten prever nuestras reacciones, desarrollar y sacar tajada de nuestras capacidades personales, en general, poder controlar nuestro equilibrio emocional para ser más felices. En el dossier que estoy leyendo dicen que destacan en este campo los sacerdotes, teólogos, psicólogos o psiquiatras, filósofos, terapeutas, consejeros, empresarios,..., pero yo, sinceramente, no estoy demasiada de acuerdo y me limitaría a decir que los mejores en esta área intelectual deberían ser aquellos que consiguen ser felices.

Estas siete clases conformarían la Teoría de las Inteligencias Múltiples, que hoy parece ser la teoría más aceptada y que, por lo tanto, será en la cual nos habremos de centrar y a la qué habremos de prestar más atención. Dicho esto me disculpo otra vez porque, con mi humilde formación quizás no soy nadie para opinar sobre esta hipótesis, pero me surgieron unas cuántas dudas y espero no ofender nadie si las planteo...

En primer lugar, sería interesante preguntarse de qué forma se complementan y se interrelacionan estas siete formas de inteligencia. He leído no hace demasiado, que se hizo un estudio con niños pequeños de diferentes escuelas americanas con el cual se pudo comprobar que en aquellas escuelas dónde se empezó a introducir seriamente la música (enseñando a tocar un instrumento a los alumnos desde muy pequeños), los rendimientos académicos posteriores, dentro del área de matemáticas, aumentaban de forma sorprendente. La conclusión servía para demostrar que las capacidades inherentes a las dos áreas de aprendizaje estaban localizadas en la misma zona cerebral. Si realmente es así y las inteligencias musical y lógico-matemática son dependientes y pueden ayudarse en la potenciación la una de la otra, ¿no lo deberemos tener en cuenta en La Escuela de la Alegría y favorecer que esta conexión de desarrolle de forma positiva? Otro tema que me sugiere la teoría surge de la mayor o menor verdad que esconda la conocida frase con la cual iniciaré el próximo capítulo: Ment sana in corpore sano. Si realmente conseguimos un mejor equilibrio y rendimiento mental con el trabajo para mantener nuestro cuerpo fuerte y sano, ¿quiere decir esto que la potenciación de la inteligencia cinético-corporal facilitará el camino de las otras clases de inteligencia? Del mismo modo, si llevo buena parte del libro intentando demostrar que un buen equilibrio emocional debe ser imprescindible para conseguir un buen rendimiento escolar, ¿no os parece lógico aceptar que aquellas inteligencias que lo favorezcan serán también importantes condicionantes para poder disfrutar de un mayor grado de enriquecimiento y de posibilidad de uso de las otras?

Esta última reflexión me invita a plantear otra duda: según la teoría que leí se asocia la inteligencia intrapersonal con “la famosa” inteligencia emocional. ¿No habríamos de asociar también, con la misma intensidad, a la inteligencia interpersonal? ¿Y no deberemos pensar que la seguridad y el bienestar que la calidad de todos los otros tipos de inteligencia puede favorecer también el equilibrio del intelecto emocional?

Otro tema importante para la escuela, que surge de esta multiplicidad de capacidades mentales, es descubrir y adjudicar el trabajo de cada una, y de forma programada, a una o a varias áreas de aprendizaje. El hecho de que en La Escuela de la Alegría planteemos un área dedicada exclusivamente a Mi mente no nos debe tranquilizar ni debe permitir que nos despreocupemos con la idea de que ya está todo hecho. Si realmente estas siete inteligencias se interrelacionan tanto como parece, ¿no deberíamos estudiar en qué área o en qué áreas habremos de concretar prioritariamente la tarea inherente a cada una?

Sería fácil adjudicar la inteligencia lógico-matemática al área de las matemáticas y quedarnos tan anchos, pero si valoramos lo que se ha dicho en su corta, y seguramente pobre, definición, a la fuerza tenemos que intuir que sus capacidades no se limitan a este campo de aprendizaje. ¿No la estaremos potenciando también si en el área de Lenguaje Verbal y en muchas otras introducimos de forma programada unos ratos destinados a aprender a dialogar, a argumentar y a contrargumentar?

¿Dónde daremos cabida a la educación de la memoria? Nos podríamos limitar a trabajar aquella memoria que académicamente nos parece más necesaria, la que comporta el archivo de datos en nuestra mente… ¿O nos aventuraremos también a lograr un reto más amplio y valoraremos las diferentes memorias que están atadas a todos nuestros sentidos?

¿Seguiremos otorgando a la intuición un cariz medio mágico y generalmente femenino o intentaremos averiguar dónde se encuentra su fuente y cual es el curso de su desarrollo para poder trabajarla también como algo importante ligado a nuestra inteligencia?

De igual manera, ¿dejaremos de considerar el sentido común como una cosa que llega con la edad y sólo a algunos “escogidos” y nos pondremos en marcha para determinar estrategias que conduzcan a su formación desde que somos niños?

Debemos tener un punto de partida y esta teoría de las siete inteligencias lo podría ser, pero la hagamos o no servir debemos ser conscientes de que nos quedan muchos puntos oscuros, muchas dudas que habremos de trabajar para resolver y que, pese a que sea una tarea apasionante, estoy seguro de que nuestro trabajo no concluirá a corto plazo y de que tampoco será fácil.

No debemos buscar, así, caminos fáciles y engañosos, que muchas veces nos podrán prestar ayudas sobre algunos aspectos a trabajar pero que nunca acaban siendo, estoy seguro, tan determinantes como el marketing editorial que los promueve intenta vender. Existen, todos lo sabemos, programas de estimulación precoz, pero casi siempre buscan finalidades absurdas, como es la de crear niños parcialmente “prodigios”, y se limitan a estimular unos pocos factores intelectuales. Últimamente se están vendiendo otros productos que se disfrazan con nombres que ayudan a algunas escuelas a vender su imagen y hacen creer a las familias de sus alumnos que los niños lograrán objetivos más elevados. No hace demasiado he tenido uno en las manos: prometía ser un proyecto de activación de la inteligencia y ofrecía fichas y actividades seguramente muy enriquecedoras para complementar la búsqueda de este hito, pero que de ninguna forma me pareció que tocara todas las teclas que se deberían tocar. Mi reacción fue, claramente, adjudicarle calificativos próximos a la insuficiencia, a la excusa fácil que libera de preocupaciones y, a la vez, vende mejor cualquier tarea. Aprovecharemos, esto sí, todo lo que ya está creado y nos puede ser válido, y pediremos a quien sea que se empiece a crear una comisión de gente preparada que inicie una amplia y diversificada propuesta. Una propuesta que pueda facilitar una buena selección para todo tipo de niños y para toda clase de edades.

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