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Emociones Cuánticas

 

 

El hipotálamo es como una pequeña fábrica donde se producen ciertas sustancias químicas que se corresponden con ciertas emociones que experimentamos (Joe Dispenza).

 

¿Pero qué tiene que ver todo esto con la física cuántica?

Nuestro cerebro recibe 400 mil millones de bits de información por segundo, pero sólo somos conscientes de 2000. El cerebro es un ordenador mil veces más rápido que el ordenador más veloz del mundo. Contiene cien mil millones de neuronas y 60 billones de sinapsis en la corteza cerebral. Las conexiones neuronales forman circuitos neuronales y cada circuito representa un recuerdo, un pensamiento, un dato….

 

Entonces ¿todos percibimos y procesamos los mismos estímulos? ¿Por qué no todos percibimos la misma realidad? ¿Realmente existe la realidad que creemos que vemos? ¿Nos engaña nuestro cerebro? El mundo que percibimos ¿es tangible o intangible? ¿Qué es la consciencia?

Ya los antiguos filósofos se cuestionaban estas preguntas. Desde pequeños nos han enseñado que la parte de la materia más pequeña son los átomos. Hoy se sabe que el “espacio vacío” que hay en el interior de un átomo o entre un átomo y otro átomo no está vacío, está tan lleno de energía que un centímetro cúbico contiene más energía que toda la materia sólida del universo! (Alan Wolf).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por tanto, no se trata de si el mundo que percibimos es real o no, sino de cómo percibimos las cosas y cómo nos sentimos. Creamos nuestro propio mundo. Jon Wheeber, físico y Premio Nobel, dice que “ya no se puede sostener la opinión de que el mundo existe “ahí fuera” con independencia de nosotros. No somos espectadores en una etapa cósmica sino hacedores y creadores en un universo participante”.

 

Tenemos la tendencia a pensar que el mundo ya está ahí fuera, al margen de nuestra experiencia, pero no es así, como dice Alan Wolf: “yo creo mi realidad”. Recordemos el mito de la Caverna de Platón. El mito de la caverna describe a unos hombres que desde niños fueron encadenados para vivir en el fondo de una cueva, dando sus espaldas a la entrada de la cueva. Atados de cara a la pared, su visión está limitada y por lo tanto lo único que ven es la pared de la caverna sobre la que se reflejan modelos o estatuas de animales y objetos que pasan delante de una gran hoguera. Con la ayuda de un hombre superior uno de los hombres huye, el camino a la salida es difícil pero finalmente sale a la luz del día, la luz lo deslumbraba, le producía ceguera momentánea y dolor, esperó a que fuera de noche para irse acostumbrando a la tenue luz que reflejaba la luna, luego la luz del día al amanecer y, finalmente pudo adaptarse a la luz del sol. Entonces se dio cuenta, de que había vivido engañado toda su vida, con las imágenes reflejadas en el fondo de la cueva, regresa a la caverna diciendo que las únicas cosas que han visto hasta ese momento son sombras y apariencias y que el mundo real les espera en el exterior, le toman por loco y se resignan a creer en otra realidad, ellos solamente creen en la realidad de las sombras que se reflejan en el fondo de la caverna. si alguien lo observa (Pasqual Jordan). Existe porque somos conscientes de su existencia. No existe un fenómeno a escala cuántica hasta que es observado (efecto observador). Los científicos cuánticos han investigado que las partículas subatómicas no son sólidas, tienen una naturaleza dual, es decir, depende de cómo las miremos pueden comportarse como partículas o como ondas. Las partículas son sólidas y ocupan un lugar en el espacio y en el tiempo, las ondas no son sólidas ni ocupan un lugar en el espacio. Los electrones si no se observan ni se miden, se comportan como ondas, pero en cuanto se someten a observación en un experimento dan paso a una partícula.

 

 Una curiosa característica de la cuántica es que el mero hecho de observar contamina el experimento y define una realidad frente a las demás.  Erwin Schrödinger lo explica en el Principio de Incertidumbre con el experimento del gato:  Imaginemos un gato dentro de una caja completamente opaca. En su interior se instala un mecanismo que une un detector de electrones a un martillo. Y, justo debajo del martillo, un frasco de cristal con una dosis de veneno letal para el gato. Si el detector capta un electrón activará el mecanismo, haciendo que el martillo caiga y rompa el frasco.

 

Se dispara un electrón. Por lógica, pueden suceder dos cosas. Puede que el detector capte el electrón y active el mecanismo. En ese caso, el martillo cae, rompe el frasco y el veneno se expande por el interior de la caja. El gato lo inhala y muere. Al abrir la caja, encontraremos al gato muerto. O puede que el electrón tome otro camino y el detector no lo capte, con lo que el mecanismo nunca se activará, el frasco no se romperá, y el gato seguirá vivo. En este caso, al abrir la caja el gato aparecerá sano y salvo.

Hasta aquí todo es lógico. Al finalizar el experimento veremos al gato vivo o muerto. Y hay un 50% de probabilidades de que suceda una cosa o la otra. Pero la cuántica desafía nuestro sentido común.

 

El electrón es al mismo tiempo onda y partícula. Para entenderlo, sale disparado como una bala, pero también, y al mismo tiempo, como una ola o como las ondas que se forman en un charco cuando tiramos una piedra. Es decir, toma distintos caminos a la vez. Y además no se excluyen sino que se superponen, como se superpondrían las ondas de agua en el charco. De modo que toma el camino del detector y, al mismo tiempo, el contrario. El electrón será detectado y el gato morirá. Y, al mismo tiempo, no será detectado y el gato seguirá vivo. A escala atómica, ambas probabilidades se cumplen. En el mundo cuántico, el gato acaba vivo y muerto a la vez, y ambos estados son igual de reales. Pero, al abrir la caja, nosotros sólo lo vemos vivo o muerto. ¿Qué ha ocurrido? Si ambas posibilidades se cumplen y son reales, ¿por qué sólo vemos una? La explicación es que el experimento aplica las leyes cuánticas, pero el gato no es un sistema cuántico. La cuántica actúa a escala subatómica y sólo bajo determinadas condiciones. Sólo es válida en partículas aisladas. Cualquier interacción con el entorno hace que las leyes cuánticas dejen de aplicarse.

 

Muchas partículas juntas interactúan entre sí, por eso la cuántica no vale en el mundo de lo grande, como el gato. Tampoco cuando hay calor, pues el calor es el movimiento de los átomos interactuando. Y el gato es materia caliente. Pero lo más sorprendente es que incluso nosotros, al abrir la caja y observar el resultado del experimento, interactuamos y lo contaminamos. Conclusión: cuando el sistema cuántico se rompe, la realidad se define por una de las opciones. Sólo veremos al gato vivo o muerto, nunca ambas. Este proceso de tránsito de la realidad cuántica a nuestra realidad clásica se llama decoherencia, y es la responsable de que veamos el mundo tal y como lo conocemos. Es decir, una única realidad.

 La física cuántica establece que el observador afecta a lo afectado. Científicos cuánticos han encontrado que ciertos sentimientos afectan a sus experimentos. Las emociones generan energía que afecta a la realidad que nos rodea. Masaru Emoto fotografió las moléculas del agua demostrando la forma en que las emociones afectan positiva y negativamente a las moléculas del agua.

Así es. Una curiosa característica de la cuántica es que el mero hecho de observar contamina el experimento y define una realidad frente a las demás. Einstein expresaba así su desconcierto: "¿quiere esto decir que la Luna no está ahí cuando nadie la mira?"

Erwin Schrödinger elaboró también la “ecuación de las ondas”, los saltos cuánticos. Los electrones se mueven de órbita en órbita alrededor del núcleo de manera instantánea, es decir, desaparecen de un lugar de la órbita y aparecen en otra. Pero los científicos no pueden determinar dónde aparecen o cuándo saltarán.

 

Igual pasa con la Ley de la Atracción, principio natural que dice que toda vibración atrae una vibración de igual frecuencia e intensidad.

Las cosas aparecen estables cuando se las observa, nunca antes. Toda observación de cualquier cosa o del universo es siempre la observación de uno mismo, por el simple hecho de que sin observador, sin uno mismo observando, nada existe.

Bilocación: Anton Zeillinger demostró en un experimento que los átomos de la molécula de fullerano puede pasar por dos agujeros simultáneamente. Es decir que “algo” puede estar en dos lugares a la vez.

La Teoría de los Universos Paralelos dice que la Realidad es un número de ondas que conviven en el espacio-tiempo como posibilidades hasta que una se convierte en Real: eso será lo que vivimos.

La ley de la Atracción enseña que atraemos aquello en lo que nos concentramos. Por tanto, damos vida a lo que observamos y ponemos atención. La Ley de la Atracción está íntimamente ligada al poder de las emociones, tanto positivas como negativas. Si conocemos la base de la física cuántica sabemos que podemos cambiar la forma de percibir y vivir el mundo. Si comprendo que la realidad que percibo es subjetiva y condicionada a la observación, esa comprensión conlleva la emoción correspondiente entre las posibilidades que se nos presenta. Si se siente esa fuerza se vibra en una onda que permite que todo es posible. Se trata de comprender que lo que sucede en el interior determina lo que sucede en el exterior. Si elegimos conscientemente pensamientos positivos atraeremos a nuestra vida cosas  y personas que nos hacen sentir bien.

 

Somos nosotros, con nuestros pensamientos y decisiones (si puedo-no puedo) quienes nos encerramos en una realidad positiva (si puedo) en la que podemos alcanzar lo que deseamos, o una realidad limitada y negativa (no puedo).

El hipotálamo es el que, al recibir una emoción (alegría, ira…) descarga neuropéptidos que los libera a través de la glándula pituitaria a través de la sangre, conectándose con las células que tienen receptores externos. Estas células se acostumbran a recibir esa emoción (alegría, ira…) creando hábitos de pensamiento. Si se repiten esos circuitos neuronales, los hábitos se fijarán cada vez más. El aprendizaje también se basa en ello. Pero al igual que esas células se activan, también se pueden desactivar y dejar de interconectarse, conectándose con otras permitiendo así dejar que desaparezcan viejos hábitos, pautas, aprendizajes… y formando otros.

Así pues, si asociamos “amor” con “engaño” esa conexión sináptica se refuerza, pero si aprendemos a observar nuestras reacciones y no actuamos de manera automática, esa conexión se rompe. Como dice Joe Dispenza: “Quizá sólo somos malos observadores. Puede que seamos tan adictos al mundo externo y al estímulo-respuesta del mundo externo que el cerebro empieza a trabajar a partir de la Realidad en lugar de a partir de la Creación”.

 

Matthieu Ricard, considerado el hombre más feliz del mundo. Doctorado en biología molecular, abandonó la carrera para dedicarse al budismo, hoy en día vive en un monasterio en el Nepal. La Universidad de Wisconsin estudió su cerebro mediante resonancias magnéticas nucleares para detectar su nivel de estrés, ira, placer, satisfacción… los resultados fueron comparados con otros voluntarios y Matthieu Ricard superó todos los registros y parámetros normales. Él mismo lo explica debido a la plasticidad cerebral, la corteza izquierda concentra emociones placenteras y la derecha registra la depresión, la ansiedad, el miedo. Él mismo aleja los pensamientos negativos y se concentra solamente en los positivos.  Se puede aprender, ésa es la lección, nuestros pensamientos y emociones crean nuestra realidad y nuestra vida.

Angela Morales Guarch

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