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Educar la creatividad, potenciar la imaginación...

 

Potenciar la imaginación es educar en la creatividad, la fuente de toda originalidad...

 

“La naturaleza tiene diez mil colores y nos hemos
empeñado en reducir la escala a veinte.”


H. Hesse


4.8. Escuela de creadores: Imaginar es crear.

 

Cuando yo estudiaba magisterio, recuerdo que me hicieron leer un libro que, entre otras muchas cosas, atribuía la capacidad creativa en todos los campos a las facultades imaginativas. Se deducía de la lectura que si hacemos trabajar la imaginación de los niños los estamos ayudando a potenciar la creatividad.

La creatividad ha sido siempre una capacidad que se ha relacionado mucho con el campo artístico: un buen pintor de cuadros es creativo, como lo son un buen escritor y un genio de la escultura o incluso, un original arquitecto. ¿No pueden ser demasiado creativos, pero, un médico, un jardinero, un científico investigador, un cocinero, un maestro u otro profesional? En cualquier trabajo, ¿qué es aquello que normalmente nos puede hacer destacar por encima de los demás? Hombre, ¡no me digáis que ser muy trabajadores porque este no es el tema! ¿Verdad que habéis pensado enseguida en el hecho de ser creativos? Ya sé que además debemos ser puntuales, cumplidores, educados con todo el mundo, ganarnos la confianza de los responsables, etc. Pero la cuestión dónde quiero llegar es que si somos “buenos trabajadores” y, además, somos creativos se nos abrirán, seguro, muchas más puertas.

El hecho de ser creativos en un trabajo, en un hobby o en cualquier tarea que queramos desarrollar hará que podamos salirnos mejor. La creatividad acontece, así, una calidad humana de gran valor. Y si realmente la creatividad depende mucho la imaginación, ¿podemos decir que las personas muy imaginativas suelen ser a la vez muy creativas? ¿Alguien piensa que no?

Imaginar es crear, con esta sentencia hemos abierto una nueva área de aprendizaje para La Escuela de la Alegría, una nueva área, ni que decir tiene, que será tan importante como todas las otras y que implicará también un exhaustivo trabajo en la composición de la música para las diferentes programaciones para todas las edades. Al hacerlo, pero, no habremos de tomar esta área como un único ámbito de trabajo donde se cultivan la imaginación y la creatividad, sino además como un refuerzo que se dirige hacia la potenciación de estas facultades en todos los ámbitos y en todas las áreas: plástica, musical, corporal, lingüística, etc.

Recuerdo que en la facultad me propusieron un trabajo analítico sobre la lectura del libro de Freinet El texto libre. La extensión máxima era de dos hojas y debíamos seguir un esquema más de tipo resumen que no analítico o valorativo. Yo me rebelé, pero, y presenté un trabajo de diez hojas dónde relacionaba el tema con la creatividad e invitaba a los profesores de la universidad a estimularla sin limitaciones en los futuros maestros. Mi osadía no fue demasiada bien recibida y me pusieron de nota un 5 peladito, “porque estaba bien redactado”, con un claro aviso de que las pautas existían para que se cumplieran.

No hace demasiado estaba hablando, y enlazo esto con el tema anterior, con una maestra del ciclo mediano sobre la posibilidad de que sus niños disfrutaran, alguna vez, de libertad absoluta en la redacción de textos. Su reflexión era lógica en los motivos, pero muy triste en los resultados: “La verdad es que lo podemos hacer muy pocas veces... No sabes la cantidad de textos que debemos corregir y el hecho de dar libertad siempre nos angustia porque nos podemos encontrar con trabajos de extensión exagerada...”

También hace poco tiempo que unos y unas maestras de primaria me explicaron que en su escuela se estaban planteando la idea de contratar esporádicamente a algún especialista en explicar cuentos para que viniera a narrar a los alumnos de sus tres ciclos. “¿Y lo haréis una vez al año?”, le dije. “¿Quizás solucionaréis así, el déficit?”, añadí. “Siempre será mejor que nada, ¿no te parece?”, me respondieron algo decepcionados por mi reacción.

Entre todos mis recuerdos escolares de niñez hay uno que no se me borrará nunca: yo tenía diez años y el tutor de mi curso nos regalaba, cada viernes por la tarde, con la lectura de diferentes cuentos o historias adecuados para nuestra edad. Desde aquí le agradezco profundamente, a aquel excelente profesor, haberme hecho vivir, con los ojos abiertos como platos y con la imaginación volando por mi espíritu aventurero, unos ratos tan verdaderamente disfrutados.

Se habla mucho, en el mundo de la Educación Infantil, de como de difícil resulta para los alumnos el paso a Primaria. Al hacerlo acostumbramos a referirnos a la distribución de unas aulas mucho más dirigidas, por no decir absolutamente, hacia el trabajo que hacia al goce. Hablamos también de la disminución de los tiempos dedicados al recreo y del aumento de exigencias educativas, tanto para los profesores como para los alumnos. No nos atrevemos, pero, muchas veces, a pensar en el recorte cada vez más evidente del goce a expensas del aumento del esfuerzo, ni en la agonía de la magia, de la fantasía, del alboroto, de cantar cuando viene de gusto, de la flexibilidad en las rutinas, de...

Y volvemos, como si los argumentos debieran ser obligatoriamente cíclicos, a aquello que exponía en su carta Guillem, una realidad sentida con pena: los niños acontecen pequeños hombres cuando dejan la Educación Infantil y tienen, demasiado a menudo, la sensación angustiante de que la mayoría de cosas que deben realizar resultan monótonas en la diversión y en la carencia de fantasía. Yo no puedo asegurar que a todos los alumnos les pase esto, pero conozco unos cuántos que viven la escuela así, como una obligación aburrida y falta de ilusiones.

Podría limitarme a argumentar la necesidad de que en la escuela debemos potenciar el trabajo de la imaginación, principalmente motivados por el deseo de ayudar a los niños a ser más creativos. Seguramente como única excusa ya me serviría, pero yo soy de aquellos que otorgan a la fantasía unas posibilidades curativas que van mucho más allá. En el mundo de la fantasía el niño puede experimentar sentimientos varios: puede sentir miedo y sufrir pena; puede disfrutar de una alegría inmensa y experimentar otro motivo para reír, la felicidad; puede adoptar buenos esquemas de conducta y rechazar otras de malos; puede vivir realidades diferentes y aprender de ellas; puede prefabricar alternativas o idear soluciones; puede huir por unos momentos de la realidad y en la lejanía, olvidar e, incluso, empezar a curar aquello que le angustia.

Podríais pensar que todo esto que estoy presentando ya lo tiene actualmente los niños y las niñas cuando ven películas, los dibujos de la tele o cuando juegan con los juegos electrónicos. Estaría de acuerdo, en parte, si la calidad de todos los productos fuese lo suficiente digna, pero todos sabemos que no siempre es así. Y todos entenderíamos que, aunque sí que lo fuera, la mayoría de productos que hoy en día gustan, aparte de estimular reacciones no siempre recomendables, acostumbran a darlo todo hecho, dejando pocas opciones al menor asomo de creatividad, y obsequian al niño más con un estado de aislamiento profundo que no con el fabuloso estado que proporciona poder bañarse en la fuente de la imaginación.

Cuántos padres y cuántas madres he escuchado decir alguna vez: “Es que los niños de hoy en día no saben jugar. Tienen de todo y se aburren”. Pasando por alto la consideración “tienen de todo” (una observación siempre materialista, nunca emocional, y de la qué podríamos hablar mucho), me centraré en la primera idea, la que afirma que “no saben jugar”: ¿es que quizás los hemos enseñado nosotros, cuando los acompañábamos al parque de pequeñitos y nos sentamos en el banco a charlar o a leer el diario? ¿O quizás cuando jugamos con ellos, cada día, en casa al llegar del trabajo? ¿Cuántas veces nos hemos arrastrado con ellos por el suelo integrándonos en su juego? ¿Cuántas veces, realmente, asumimos el rol de niños y nos comportamos como compañeros ideales del ocio de nuestros niños? ¿No será que lo que no quieren es jugar solos? ¿No será que querrían que nos sumáramos a su juego? ¿O quizás la razón es tan sencilla como el hecho de llamarnos una atención que demasiado a menudo no podemos ofrecerlos?

Del mismo modo, se acostumbra a escuchar los últimos años de forma muy repetida: “A mi hijo, no hay manera de hacerlo leer... Si no lo obligas...”. ¿Nos hemos parado nunca a pensar que quizás el tipo de libros que ofrecemos muchas veces ni son los adecuados ni son nada motivadores para los niños actuales? Recuerdo que una vez, ayudando a mi hijo a leer un libro destinado a niños de 7 años que no tenía demasiadas páginas, tuve que usar el diccionario, al menos, 13 veces. ¡Y suerte que soy ya mayorcito y algunos estudios tengo! ¿Han descubierto quizás muchos de nuestros pequeños y pequeñas (mientras todavía integran una dinámica lectora principiante que les obliga a esforzarse y que limita, a menudo, la posibilidad de disfrutar con la comprensión…) la magia de los libros porque los padres y las madres les leemos cada día? ¿O quizás porque lo hacemos los maestros y las maestras? Y si lo hacemos (o no), ¿sabemos leer de aquella forma que invita a una escucha atenta y motivada? ¿o lo dejamos de hacer porque pensamos que nuestra manera de leer resultará aburrida?

Sí, ya sé que demasiado a menudo los adultos no tenemos ni tiempo ni ganas para estas cosas… Pero entonces, no culpemos a nuestros hijos e hijas, o alumnos, por faltas la relatividad de las cuales, probablemente, nos apunta como culpables.

Todos hemos ido creándonos, desde pequeños, un mundo alternativo, un mundo imaginario dónde viajamos más o menos a menudo para dibujar nuestros sueños y para recrear nuestras experiencias con más o menos decoración. Más de una vez, he tenido alumnos que poseen un mundo alternativo tan rico que a veces no necesitan otra cosa. “Es que tiende mucho a jugar solo, y cuando lo hace, parece ausente y...”, me ha dicho alguna vez algún padre o alguna madre preocupados. Y yo he respondido, también más de una vez, que al niño o a la niña se le ve o se la ve tan feliz que esto, siempre que no suponga un aislamiento, de ninguna forma puede serle malo.

No me siento lo suficiente preparado para valorar si la propensión a desaparecer en nuestras fantasías es más o menos recomendable psicológicamente, pero sí que puedo afirmar que el hecho de tener un mundo imaginario rico en posibilidades donde poder acogernos cuando lo deseamos o cuando lo necesitamos, es una cosa aconsejable para todo el mundo. Ni que decir tiene, pero, que siempre que esta riqueza acontezca positiva y constructiva y no lo contrario.

¿Realmente podemos, en la escuela, ayudar a los niños a enriquecer su mundo imaginario en cantidad y en calidad de recursos? Seguro que sí, y este será también uno de los objetivos prioritarios del área de aprendizaje que acabamos de inventar.

Otro objetivo importante que nos podemos proponer es ayudar a los niños a descubrir que aquello que piensa la mayoría, no debe ser verdad a la fuerza: la imaginación no es, ni de lejos, una capacidad coja que se limita a utilizar el sentido de la vista. Podemos imaginar con todos los sentidos: podemos imaginar y sentir el tacto suave que tenía el vestido de seda de aquella princesa… Podemos imaginar y horrorizarnos con la peste que hacía la poción que preparó la bruja después de haber puesto cosas tan asquerosas… Podemos imaginar y reír con los gritos que pegaba el lobo cuando huía de casa de los tres cerditos porque le habían quemado la cola… Podemos imaginar y salivar con el gusto que tenían las golosinas que decoraban la casa misteriosa dónde llegaron Hansel y Gretel… Si os soy sincero, quizás a nosotros, que no hemos desarrollado demasiado estas capacidades, nos costará, pero si a los niños los hacemos trabajar en este sentido, seguro que los resultados no nos decepcionarán. Si todavía sois escépticos, intentad pensar como los ciegos acostumbran, dicen, a desarrollar mucho más los sentidos que les funcionan…

Hace muchos años inventé un recurso que me funcionó muy bien y que después, con el tiempo y con las obligaciones programáticas, he ido olvidando cada vez más. Invité a mis niños a crear dentro su cabecita una pantalla mágica. Era como las de los cines, sólo debíamos cerrar los ojos y decir unas palabras secretas y..., ¡ya la teníamos allí! La usábamos a veces para potenciar la memoria visual y otras para trabajar la imaginación. Así, acompañados por músicas más o menos relajantes, clásicas o modernas, habíamos salido de la escuela para hacer viajes a los lugares más insospechados e increíbles, habíamos visualizado las imágenes de un cuento mientras era explicado y habíamos reído viendo las imágenes más absurdas y divertidas: la Laia con bigote y barba, el padre de Daniel con faldas y unos pechos gigantescos, etc. A veces, me había encontrado que un alumno venía todo preocupado y me decía: “No sé dibujar un caballo.” Entonces yo lo invitaba a entrar en su imaginación para poder ver en su pantalla como era un caballo y, casi siempre, os aseguro que marchaba tan tranquilo y hacía su dibujo, un dibujo que quizás (no olvidéis que trabajo con niños pequeños) parecía una patata, pero que no dejaba de ser “su” caballo. ¿No os parece, esta, una de las muchas herramientas válidas que podríamos crear y potenciar en nuestras clases de Imaginar es crear?

¿De dónde nos viene a los maestros- me he preguntado más de una vez- de, casi siempre, invitar a trabajar partiendo de esquemas ya establecidos? Una redacción sobre la primavera, un dibujo del fin de semana, un cenicero de barro para el papa, “y ahora, os pintaré yo, la cara de payaso”,”y para bailar esta música nos cogemos las manos y...”, etc. ¿Por qué no reflexionamos y valoramos si, durante el curso escolar, damos libertad absoluta en la producción muchas o pocas veces? ¿Será que no confiamos en nuestros alumnos? Yo creo que este no es el motivo. ¿Será quizás que pensamos que los resultados perderán en calidad y orden si dejamos suelta la “anarquía” productiva? Aquí sí, que muchas veces caemos… ¿Y si realmente, durante la vida escolar, acabamos dirigiendo casi todas las obras que los niños y las niñas diseñan, qué harán el día de mañana, cuando se encuentren solos y se les pida que se dejen guiar por su espíritu creativo? Este será también uno de los más grandes retos del área que nos ocupa: potenciar la creación libre en todos los campos del aprendizaje escolar. Y no os preocupéis, que si empezamos cuando son pequeños, vuestros alumnos os sorprenderán. Algunas veces tendremos que dar alguna pauta: si es una experiencia nueva o vamos a emplear enseres y materiales nuevos… Otras no… Si los dejamos, muy probablemente nos quedaremos bocabiertos ante las capacidades que nos demostrarán. Por qué cuando a un niño de cuatro años lo dejas pintarse la cara solo, ante un espejo, y después le preguntas de qué se ha maquillado y te da una respuesta concreta, acabas pensando: ¡Qué imaginación! ¿Y cuando un niño de tres años te enseña un dibujo lleno de garabatos incomprensibles y te comunica sin perturbarse que son sus padres paseando el perro? ¡Y qué satisfacción sentí cuando un día, en p-5, puse música country sin decir nada y unos alumnos empezaron a correr por la clase como si montaran a caballo! O cuando un día, con mi hijo de nueve años, inventamos un cuento sobre un niño que pensaba poco y concluimos que el tema daba para tanto que si nunca llegáramos a darle forma y a redactarlo bien, se podría convertir en un best seller de la literatura infantil.

Hay muchas técnicas escritas, al menos yo conozco algunas, que invitan a estimular la imaginación y la creatividad. No todos los adultos hemos fomentado lo suficiente esta facultad durante nuestra vida, normal si tenemos en cuenta que nadie ha intentado nunca educárnosla, y puede ser que algunos se vean incapaces de enriquecer sus fantasías. Pienso sinceramente que el hecho de fomentar en este campo seminarios para los maestros seria una muy buena idea. Deberemos programar cursillos para estimular la imaginación y la creatividad y para aprender los mil y un recursos que seguro que existen para trabajar estas calidades en los niños. Esta formación nos ayudaría en gran manera, no sólo a la hora de enfocar el área que se deriva, sino que también para iluminar de forma más atractiva toda nuestra tarea.

En este aprendizaje que debemos hacer, habremos de perder muchos miedos por el camino y guardar muchas vergüenzas. Habremos de empezar a creer que nosotros también somos capaces de hacerlo, si no todo, casi todo. El hecho de explicar un cuento adecuadamente, por poner un ejemplo que acostumbra a preocupar a muchos y a muchas maestros, no nos debe preocupar excesivamente: debemos aceptar que es mejor explicarlo sin considerarnos expertos y sin poder hacerlo todo lo bien que querríamos que no explicarlo. Tenemos que estar abiertos también, pero, a buscar quien nos enseñe a mejorar nuestra capacidad narrativa, aunque sea poco: a modular nuestra voz para aclimatar mejor las diferentes situaciones que el argumento comporta; a teatralizar nuestro gesto; a cambiar el tono cuando hablen personajes diferentes; a vivir la historia como real y a integrar la representación de los sentimientos que comporta, provocando el nacimiento de emociones también reales en los niños, etc. Si lo conseguís, os juro que un día podréis disfrutar de la felicidad llena que siente un niño cuando la heroína acaba de ser rescatada por el héroe o conmoveros con la visión de unos pequeños ojos inundados en lágrimas porque el padre del cuento está desesperadamente triste buscando a sus hijitos que se han perdido en el bosque. Y os sentiréis bien, os sentiréis importantes…

Quizás resultaré cargante, pero os lo debo volver a decir: liberaros, dejad que vuestra creatividad, aunque penséis que es pobre, salga a la superficie de los actos, dejad que la improvisación os invite a vosotros y a los alumnos a sacar aquello que muchas veces tenéis guardado por miedo a enseñarlo. Atreveos a inventar historias, bailes, obras plásticas, ejercicios matemáticos, juegos, etc. Si vosotros no lo hacéis, nunca podréis pedir que lo hagan los niños y las niñas, y al negar esta posibilidad, les negáis un aprendizaje importantísimo para la vida, un aprendizaje tan importante que si no se desarrolla se puede menoscabar, aunque sólo sea algo, el precioso hito de construir personas completas en todos los ámbitos de la imperfecta, pero potencialmente amplísima y fabulosamente rica, condición humana.

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