top of page

La educación de la inteligencia emocional:

educar los sentimientos y las emociones

 

“Maestro no lo es cualquiera, maestro no lo es ni siquiera quien quiere. Para ser un buen maestro debes estar hecho de una pasta especial que no se fabrica en ninguna parte, una pasta que se trae adentro y que te llena de cariño, de paciencia, de comprensión, de respeto y de autoridad, de ganas de vivir en el reír de unos niños, de ganas de aprender mientras enseñas, de ganas de construir con tu imaginación un castillo dónde tus alumnos disfruten plenamente contigo su educación.”


Enrique Vásquez


4.6. La inteligencia también es emocional: Sentimientos y emociones. 

 

Alegría, tristeza, inseguridad, gozo, miedo, agresividad, angustia, amargura, placer, euforia, amor, amistad, melancolía, confianza, depresión, enamoramiento, estimación, odio, rencor, simpatía, aversión, timidez, manía, desconfianza, atracción, respeto, antipatía, apatía, rechazo, felicidad, paz, desazón, etc. Era mi intención iniciar este capítulo cogiendo la enciclopedia y buscando un buen listado de sentimientos y emociones diferentes para empezar a mentalizaros de que el tema que vamos a tratar no es ni de lejos un tema poco importante. Antes de hacerlo, pero, me he propuesto un reto: ¿por qué no te coges dos minutos y escribes el listado tal y como te salga? Y tal y como me ha salido, aquí lo tenéis: 32 tipos de sentimientos y emociones que nacen de la improvisación ya son suficientes para mis propósitos, ¿no os parece? Ya sé que quizás no es una relación muy científica… Puede que incluso me haya equivocado en algún caso, pero no me importa demasiado…. Porque quien me está leyendo no necesitará, seguro, ninguna lección que lo invite a percibir que de sentimientos y de emociones hay numerosas y muy diversas opciones. La gran mayoría hemos sufrido y hemos disfrutado durante nuestra vida no sólo todos aquellos sentimientos y aquellas emociones que he apuntado sino muchos, muchísimos más… Y no hace falta hablar de una vida, ¿no os parece? Con sólo que nos paremos a meditar sobre aquello que hemos sentido en el día de hoy nos daremos cuenta que los humanos no dejamos de ser un gran armario lleno de sentimientos y de emociones que continuamente se van abriendo y cerrando como cajones. Y el hecho de contar con un número ilimitado de cajones que la experiencia nos ha ido regalando no os debe preocupar porque es bueno. ¿Cómo podríamos disfrutar de la alegría si nunca hubiéramos estado tristes? ¿Qué pasaría con nuestra prudencia si nunca hubiéramos vivido el miedo? Todos hemos practicado con sentimientos positivos y con otros de negativos y esto no debe, en principio, suponer ningún inconveniente. Si se nos van abriendo puntualmente cajones de los que resultan dañinos no pasa nada, pero si alguno queda abierto demasiado tiempo, ¿quizás acabaremos yendo al psiquiatra? Lo que realmente importa, en este mundo de los sentimientos, es el equilibrio global: la tendencia en el abrir y cerrar siempre debe comportar un mayoritario predominio de aquello positivo sobre lo que es negativo. El gran cajón de la felicidad debe estar casi siempre, si no abierto al máximo, abierto lo suficiente para que podamos estar bien con nosotros mismos y nos podamos sentir a gusto con nuestra vida. Y para que esto pase, ¿necesitamos muchas cosas? Lo sabéis, ¿verdad? Si, necesitamos de muchas cosas la mayoría de las cuales, o no son controlables o no dependen de nosotros: nuestro bagaje anterior, las expectativas posteriores, el mundo que nos rodea, la relación con la gente que más estimamos, el hecho de que la vida no nos regale excesivas sorpresas desagradables, etc. Son tantos los condicionantes que nos harán ganar o perder el concurso de la felicidad que a muchos nos cogen ganas de aceptar aquella idea tan romántica que asegura que todo depende del destino y que este ya está escrito.
¡Pues no! Lo siento, ¡pero no! Hombre, algo sí que dependemos de la suerte y seguramente mucho de factores externos incontrolables, pero no me gustaría que olvidarais nunca que también depende de vosotros. Porque nosotros a menudo también escogemos las opciones, ¿no es así? Y porque nosotros hemos aprendido, seguro, a reconocer lo que nos pasa y muchas veces, no todas, a poder controlarlo y actuar para mejorarlo. Ah, ¿no todos habéis aprendido? ¿Que nadie os ha enseñado? ¿Y a qué escuela ibais vosotros? ¡A La Escuela de la Alegría seguro que no!
Todos hemos tenido, bromas aparte, que esperar que la vida nos enseñe a afrontarla tantas veces como podamos con la mejor cara anímica que las circunstancias nos permitan. No siempre ha sido posible, pero, y muchas veces, seguro, hemos pensado que si hubiéramos sabido reaccionar de otra manera quizás no habríamos tropezado. Algunas veces, también, nos hemos atrevido a jugar peligrosamente con nuestros sentimientos o los de los demás, y hemos salido escaldados. Hemos seguido realmente un autoaprendizaje que se ha desarrollado alguna vez apoyado en consejos de quienes nos rodean pero que, demasiado a menudo, ha sido más supeditado a los reflejos emocionales que al saber cognitivo. Realmente, ¿queremos que nuestros hijos y nuestros alumnos enfrenten su vida en iguales condiciones que lo hicimos nosotros y que lo hemos continuado haciendo hasta ahora? ¿Sobrará dentro del currículum una área que intente, si no os gusta en este caso el término “educar”, profundizar en el mundo de los sentimientos y de las emociones, y a la vez ofrecer unas pautas y facilitar unas actitudes que en el presente y en el futuro nos ayuden a descubrirnos y a luchar por nuestro equilibrio personal y emocional?
Si ya hemos asimilado, en el capítulo relativo a la Acción Tutorial, que en la escuela debemos llevar siempre a término las actuaciones necesarias para intentar que nuestros niños puedan ir creciendo equilibrados emocionalmente, ahora ha llegado el momento de apostar también con fuerza por luchar para que el trabajo que llevemos a término dentro de la Área de los sentimientos y las emociones los vuelva más fuertes y puedan dominar mejor este difícil mundo. En esta área lo tenemos, ahora mismo, como en muchas otras que la nueva pedagogía que queremos impartir nos ha obligado a crear, casi todo por hacer. Lo que me gustaría haber conseguido por el momento, pero, es haberos concienciado de la notable necesidad de su existencia. Como en otros campos que ya he tratado tendremos que esperar a ver su tratamiento global, y que muchos especialistas se reúnan para elaborar una primera programación escalonada… Luego habrá que esperar para valorar su efectividad unos años, para poder comprobar si su aplicación ha ayudado a construir almas más preparadas que las nuestras. ¡Qué hermoso sería que la mayoría de los psiquiatras y psicólogos centraran mayoritariamente su trabajo en ayudar a los maestros a educar personas a prueba de depresiones irreversibles!
Ahora mismo, la cuestión que imagino que puede resultar importante de responder es la que parece me esté persiguiendo durante todo el recorrido por el libro que estoy escribiendo: Pero, ¿esto puede ser educable? No insistiré, no quiero hacerme pesado repitiendo que todo, de entrada, puede serlo. Sí que os pediré que reflexionéis un poco, que busquéis en vuestra memoria y analicéis rápidamente si con los años no habéis hecho un aprendizaje en el campo de los sentimientos y las emociones. Sí que habéis evolucionado, seguro, y los tutores de vuestro devenir habéis sido vosotros mismos y las circunstancias que os han marcado. Las penas y las alegrías nos van formando, los amores y los desamores nos van construyendo y al fin, en el presente, somos el producto elaborado en la fábrica de la vida por muchos operarios a veces anárquicos y a veces dirigidos por un director de producción que somos nosotros… Nosotros, y desarrollamos este cargo sin habernos sacado nunca ningún título. Cuántas veces habré sentido decir: “Déjalo hacer, que de los errores también se aprende...” Y no negaré que esta sentencia es la pura verdad, pero no dejo de preguntarme: ¿Cuántos errores nos podíamos haber ahorrado si hubiéramos estado algo más preparados? Sí, preparados para la vida, preparados para sentir, para emocionarnos, para amar, para sufrir y para escalar la cumbre de las muchas y maravillosas vivencias que, más o menos a menudo, nos regalamos o nos regalan. Es por esto, sólo por esto, que valdrá la pena invertir mucho para construir unas clases de Sentimientos y Emociones que faciliten, y fijaos bien que he vuelto a no decir eduquen, estrategias diferentes y actitudes favorables que ahorren a nuestros alumnos cuantos más padecimientos, desengaños, frustraciones y, sobre todo, depresiones posibles, mejor. Estrategias y actitudes y también, a través del análisis, conceptos claros que intentaremos que los niños guarden en su equipaje para el futuro, como si prepararan un botiquín, una valija que quizás no les servirá si un día chocan frontalmente con el coche de las desgracias, pero que ya lo podremos dar por bien equipado si consigue curar algunas caídas, algunas heridas y, al mismo tiempo, se convierte en vacuna para muchas otras.
Antes de escribir lo que sigue os debo comunicar que en mi concepción de La Escuela de la Alegría he querido apartarme de ninguna relación con cualquier clase de religión. Si realmente queremos que todos y cada uno de los niños del mundo puedan beneficiarse de este tipo de educación debemos aceptar la diversidad: me preocupa poco si es laica, católica, musulmana o budista o... Que quede claro, pero, que en esa determinación y en los comentarios que pueda añadir al respecto no se mezcla ninguna clase de animadversión por la religión.
Cuando yo era pequeño siempre escuchaba decir que debía perdonar y estimar a los demás y ser bueno porque lo había dicho Jesucristo. Ya entonces tenía muchas dudas al pensar que, si sólo lo había dicho él, ¿entonces los niños y las niñas que no creían en él podían ser malos? Al hacerme mayor descubrí que tenía una cosa denominada conciencia que era la que me ponía muy a menudo los límites de mis diabluras y los mínimos de mi bondad. Si por lo que fuera me pasaba o me quedaba corto entonces, caramba, me sentía mal. De hecho, al hacerme mayor descubrí muchas más cosas en este campo, pero lo que me interesa ahora es que cojáis bien la idea que he intentado introducir: tenemos que aprender a querer, a dar y a recibir, a ser buenos amigos y a potenciar, en general, los sentimientos positivos si queréis, algo porque nos lo dice el buen Dios, pero principalmente porque tal y como estamos hechos, esto es lo que más nos llenará, es lo que nos hará más felices y lo que nos hará estar mejor con nosotros mismos y con nuestra conciencia. ¿Por qué? Pues sencillamente porque al buen Dios, por mucha fe que tengamos y por mucha fidelidad que le queramos jurar, le podemos despistar más de una vez, mientras que nuestra forma de ser y nuestra conciencia serán más vigilantes con las traiciones… Y he dicho antes, lo habéis leído, ¿verdad?, “tal y como estamos hechos”… Y después he añadido “nuestra forma de ser”… ¿No os parece un buen principio para establecer un reto educativo lo suficiente importante? ¿Por qué no ayudamos a nuestros alumnos y a nuestros hijos a formarse adecuadamente, a edificarse una forma de ser que los vuelva personas equilibradas, globalmente felices, llenas de amor y de buenos sentimientos?
Estoy convencido de que si, una a una, vamos logrando todas las premisas que La Escuela de la Alegría establecerá en todos los campos, esta propuesta tan preciosa que os acabo de hacer va a encontrar un camino mucho más llano. Ahora, pero, ha llegado la hora de contentaros dando unas cuántas pistas de aquello que he anunciado hace un rato: “¿Y qué haremos en las clases de Emociones y Sentimientos?
Os podría poner una pequeña trampa y quedarme tan ancho afirmando que sólo besos, abrazos y caricias. Quien sabe, quizás con esto habría bastante, pero no os preocupéis, que seremos algo más ambiciosos. Aprovechando la idea, pero, os comentaré que en mi escuela hemos experimentado la realización de talleres “afectuosos” y que ha sido siempre una experiencia realmente motivadora, rica para los niños y que a los maestros y a las maestras nos ha llenado de orgullo. Lo hemos llevado a término de diferentes maneras y en diferentes situaciones, pero siempre intentando crear un clímax de relax, con el máximo silencio, las órdenes dadas en voz muy baja y con música muy tranquila, enseñando a los niños a hacer caricias y a dar masajes a los compañeros, o a abrazarse sintiendo el cuerpo y la cara del otro, o a darse besos como haría una madre o un padre a un hijo o a una hija, o a sentarse otro niño en el regazo y mecerlo como si fuera un bebé... Un día dedicamos, recuerdo, una sesión a analizar prácticamente la historia de las canciones de cuna y de los juegos de regazo. Los unos hacían de progenitores y los otras de hijitos e hijitas, y después intercambiaban los roles. ¡Qué maravillosa experiencia, debéis creerme!
También podría ser extrapolable y aplicable a muchas edades, con una mayor o menor profundización, una sesión de taller de teatro en la cual me dediqué, a través del gesto y del mimo, a descubrir y a estudiar diferentes tipos de sentimientos y emociones: tristeza, alegría, pena extrema, miedo, terror, vergüenza, etc. Con esta excusa se pueden montar juegos que usen no sólo la expresión corporal, sino la oral o la escrita con la preparación de cartas con imágenes relativas al tema o a través de adivinanzas, etc.
No estaría mal, tampoco, aprovechar alguna clase para estudiar la relatividad causa-efecto en la producción de los sentimientos y de las emociones, según las edades, las personas, los lugares, etc.: a muchos niños de dos años, ver un payaso bien maquillado les causa terror, mientras que, a los niños mayores, les dispara automáticamente una sonrisa; mucha gente temblaría de vergüenza si le hicieran coger un micrófono y ponerse a hablar encima de un escenario y en cambio, otra vive de esto; en la mayoría de culturas, cuando se muere alguien demostramos todos pena y en cambio hay algunas en las cuales lo celebran riendo y cantando; etc.
Y el hecho de analizar las causas por las cuales acostumbramos a sentir inseguridad o seguridad, confianza o desconfianza, alegría o pena, estimación o desprecio, atracción o aversión, placer o padecimiento, etc. y las posibles formas de potenciarlas o evitarlas, según nos produzcan sentimientos agradables o desagradables… Qué trabajo más largo, ¿no os parece? Un trabajo que en algunos o en muchos casos podría llegar a implicar verdaderos proyectos de investigación...
¿Y qué me decís del amor? Del hecho de amar, de enamorarse, de la pasión… Hay temas para muchos cursos, y si sabemos profundizar podemos llegar a realizar sesiones muy motivadoras y a sacar conclusiones importantes. De igual manera podríamos plantear trabajar en otros amplios campos como el de la amistad, las relaciones paternas filiales, las relaciones entre hermanos, etc.
¿Y dar clases para vencer la inseguridad o la timidez en situaciones comprometidas, difíciles o que nos producen vergüenza?
La gente adulta nos movemos demasiado a menudo por impresiones, por interpretaciones subjetivas que muchas veces o son equivocadas o no son del todo ciertas… Esa tendencia nos lleva a veces a dar por cierta una realidad que no está comprobada: “Oh, es que he pensado que no querías...”, “Y el otro día, cuando te lo dije, pusiste una cara que me hizo pensar que...”, “Como que te vi hablando con aquella mujer y...”. Cuántos distanciamientos sin pelea previa, cuántas malas caras sin motivo justificado, cuántas discusiones sin causa real... ¿Cuántas veces nos hemos complicado la vida por culpa de impresiones erróneas que hemos supuesto de otros que los otros han supuesto de nosotros? Con los años, algunos hemos aprendido que a las impresiones no contrastadas se las debe hacer un caso relativo, pero seguro que todos habríamos agradecido que, de pequeños, alguien hubiera nos hubiera dado una lección sobre el tema. Ya tenemos, por lo tanto, otro pequeño campo de estudio para nuestra nueva área.
Como también lo podría ser el estudio de las consecuencias, a veces muy desagradables, que la rumorología y el tráfico de información son capaces de producir. Nuestros alumnos deberían crecer teniendo conciencia que aquello que llega de segundas tintas siempre tiende a ser exagerado y que aquello que explica un desconocido no siempre debe ser verdad. Deberán saber también que la misma información dada de formas diferentes nos puede ofrecer perspectivas encontradas, y que la manipulación de informaciones, para conseguir finalidades determinadas, es hoy una práctica muy usual. La conducta humana es, a veces, muy complicada y cuando acabamos jugándonos los sentimientos, según en que situaciones hemos de acabar adoptando actitudes científicas: sólo creer del todo aquello que podemos comprobar…
¿Cuántas veces, inmerso en una entrevista con la madre y/o con el padre de un alumno o de una alumna, hemos llegado a la conclusión de que el niño o la niña sufre una “trastorno” de personalidad determinado que le frena (introversión excesiva, mal genio descarado, etc.) porque está copiando los esquemas maternos o paternos? “¡Es que yo soy igual!”, ¡concluyen tantas veces! ¿Y no podríamos aprovechar estas clases que la nueva escuela nos proporcionará para intentar, sólo intentar, corregir o menguar aquello que los alumnos van integrando como parte de su personalidad, y que demasiado a menudo acaba estorbándolos?
Porque, ¿encontraríais muy descabellado que dedicáramos alguna sesión a intentar llevar a término algo parecido a lo que se suele llamar de terapia de grupo? ¿Y encontraríais todavía más extraño que, poco a poco y de forma muy controlada, (para conseguir que, al final todos quedáramos satisfechos) nos dedicáramos uno a uno a analizar y a valorar entre todos y todas las intimidades emocionales y sentimentales de cada niño y de cada niña? ¿Y las del maestro o de la maestra? ¿Por qué no? ¿Y no sería también bueno inculcar en los niños desde pequeños la idea de que con el diálogo se pueden solucionar muchos problemas?
¿Sería inconcebible quizás, dedicar una sesión a animar a aquel niño o a aquella niña que acaba de sufrir una desgracia personal o familiar? ¿Y hacer lo mismo para analizar situaciones nuevas que afectan a alguna individualidad y que antes ya han afectado a otras (me viene a la cabeza el nacimiento de un hermanito…)? ¿Y hacer turnos para ir a visitar, con el tutor, aquel niño que ha sido operado o que tiene una larga enfermedad?
¿Por qué cosas aparentemente tan normales como las que estoy apuntando me parecen, al escribirlas, tan extraterrestres? ¿Me calificará alguien de loco inconformista por intentar que las palabras abran mis sentimientos de padre y de maestro y lancen al viento mis ilusiones? ¿Por qué tantas veces me han dicho: “Es que eres demasiado idealista...”, calificando de defecto aquello que debería ser una calidad? ¿Por qué me siento tan solo y me ahogo en un mar de dudas cuando, en pleno mes de agosto, he renunciado a unas vacaciones con la familia para empezar a terminar mi libro? No me entusiasma un mundo dónde la gente que no se conforma con los anhelos materialistas no puede poner en marcha el menor asomo de lucha para intentar cambiar las cosas sin escuchar decir, una y otra vez, que todo será inútil. No acabaré nunca de encajar aquello que tantas veces me han dicho: “¿No estás ya cansado de intentar ser bueno?”. “Confórmate intentando hacer felices a los que te rodean, porque más allá, nadie te escuchará y nadie valorará lo que piensas...”, me han dicho, últimamente, demasiadas veces. Si no lo intento, pero, siento que moriré interiormente. Si no lucho por construir un mundo mejor para mis hijos y mis alumnos me sentiré un traidor por haberlos creado, a unos, y por haberlos querido tanto, a todos, sin haberlos podido ayudar a tener un futuro digno.
Perdonad si por un momento me he apartado del guión y he desnudado algo mi alma. Pero escribiendo soy muy lento, y me cuesta verdaderos esfuerzos ir llenando página a página con aquello que va surgiendo poco a poco de mis pensamientos, más como fruto de las vivencias y los ideales que como resultado de la inspiración. Siento que me debéis, por lo tanto, alguna concesión y no os hará ningún mal que, cuando lo necesite, me desfogue.
Seguro que alguna vez os habréis preguntado por qué cada día las familias optan por tener menos hijos. La razón que normalmente adoptamos, porque es la más lógica y porque es la que flota en la mentalidad de todo el mundo, es atribuible a motivos económicos: “Hoy en día cuesta mucho mantener un hijo si quieres ofrecerle todo lo que necesita...”. En algunos casos, o en muchos, seguramente no nos equivocaremos, pero a menudo también existe una razón paralela y que, a veces, acaba o empieza siendo única: tenemos un solo hijo y lo queremos mucho, seguro, pero la experiencia del día a día nos hace angustiar porque las obligaciones que un hijo comporta acaban por implicar, demasiado a menudo, un estrés que se suma a todos los que ya sufrimos. Así, cuántas familias renunciamos al sueño de tener más hijos porque tenemos la sensación de que no nos podríamos dedicar suficientemente. ¿Cuántos padres y madres, sed sinceros, sufrís el sentimiento de que el tiempo y la suma de trabajos os están robando la oportunidad no sólo de tener más hijos, sino incluso, de poder atender a los que ya tenéis y de disfrutar de ellos como os gustaría y como siempre habíais soñado? Y es que, además de unas circunstancias actuales que tienden a robarnos el ocio y las fuerzas para amar, no podemos olvidar que en la vida, hemos tenido que estudiar y sacar títulos para poder conseguir muchas cosas, pero para ser padres ni la vida ni nadie nos ha exigido ninguna preparación. Y al decir preparación no me refiero a la sexual, aunque seguramente también seria necesaria, ¿verdad? Y debería ser esta otra de las tareas curriculares de La Escuela de la Alegría: dentro del Área de Sentimientos y Emociones empezar a preparar a los niños y a las niñas para, cuando llegue el día, asumir los roles paterno y materno en condiciones…
Preparar para la vida los sentimientos y las emociones, preparar para el amor y la amistad, preparar para la calidad humana, en corazón y alma. ¿Hay alguna área de aprendizaje que tenga unos objetivos a la vez tan difíciles y apasionados de buscar? Se nos plantea un reto, a los maestros y a las familias, que no nos será fácil de superar. Pero si nos comprometemos todos a luchar unidos seguro que, en algún aspecto, mejorarán las expectativas que ahora mismo tenemos. ¿Os apuntáis?
Si no lo tenéis aún lo bastante claro para dar el paso, os invito a seguir siendo tradicionales y a continuar vuestra tarea en la búsqueda prioritaria del rendimiento académico. Os voy a engañar, pero, un poco… Os plantearé una pregunta algo comprometida: ¿Realmente pensáis que los resultados de vuestra tarea instructiva dependerán mayoritariamente del esfuerzo que hagan vuestros alumnos y de sus capacidades intelectuales? ¿No habéis aprendido, no sabéis, no habéis leído, quizás, que las últimas tendencias derivadas de estudios psicológicos han demostrado que a todos los factores que condicionan nuestra inteligencia, debemos sumar uno que acontece esencial y que acaba siendo el interruptor que permite poner en marcha o apagar los otros factores con más o menos intensidad? No os puedo asegurar si hace mucho o poco tiempo que los científicos lo han descubierto. Yo, pese a que ya hace mucho que lo intuía, no lo descubrí hasta hace unos meses. Estoy hablando del concepto que encabeza el título de este capítulo: la inteligencia emocional. Estamos hablando de un nuevo tipo de inteligencia que demuestra aquello que todos, desde que éramos pequeños, hemos podido experimentar con nuestras vivencias personales y con las que han afectado a otros compañeros, amigos o alumnos: si tu vida, globalmente o puntualmente, no se desarrolla dentro un equilibrio emocional básico, ya te pueden invitar u obligar a rendir académicamente según tus posibilidades que no serás capaz. ¿Cuántas veces hemos escrito los maestros en un informe: “Podría rendir más si se esforzara...”, sin valorar que quizás aquel niño está pasando por unos momentos difíciles que traban su motivación? Y no os quedéis tranquilos, por favor, pensando que estos momentos complicados deben derivarse siempre de cuestiones familiares ajenas a vosotros, porque ya os he dicho que si es así habréis de luchar para poner remedio. Pero también puede no ser así y el problema puede derivarse de la inadaptación al grupo o de un déficit en la relación con nosotros o en la motivación que no hemos sabido programar. Debéis valorar también el interés que puede tener el efecto contrario para nuestra tarea educadora o instructiva: si una maltratada inteligencia emocional hace bajar las expectativas académicas, será igual de cierto que si tenemos cura, ayudamos y enseñamos a los niños a potenciarla en el equilibrio y el bienestar, entonces conseguiremos uno de los hitos que todavía, a muchos de nosotros y a la sociedad en general, nos preocupan más: un notable aumento de los niveles escolares logrados y una extraordinaria disminución de los fracasos. ¿No os parece que este propósito debe ser también uno de los más importantes de La Escuela de la Alegría y otro perfecto campo de trabajo para el Área de los Sentimientos y Emociones?
No cerraré este capítulo pero, sin hacer mención de un punto que quizás ya se ha sobreentendido con todo lo que he explicado hasta ahora, pero que resulta tan imprescindiblemente importante que no me quedaré tranquilo si no lo veo escrito: el trabajo de una área dedicada al sentimiento y a las emociones y la efectividad de las actividades que en ella programamos vendrá muy condicionada por la actitud de los maestros con sus alumnos y de las actitudes que en los alumnos se fomenten. Si no establecemos un clímax de confianza y de respeto, si no conseguimos lazos afectivos positivos y equilibramos la dinámica educativa de cada día para que resulte satisfactoriamente vivida, quizás no todo será inútil, pero seguro que habremos de rebajar nuestras pretensiones a un grado muy poco idealista. Entregaos, por favor, que esto no hace daño. Abríos a vuestros niños y ofrecedles vuestro corazón a cambio del suyo. Buscad su afecto y mimadlos. No rechacéis nunca que os den la mano cuando paseáis. Tened siempre el regazo preparado por si necesitan cobijo. Sed besucones y agradeced sus besos como es debido. Abrazadlos y dejaos abrazar, que esto os hará sentir bien. Demostradles que veláis por ellos e intentáis protegerlos de aquello que los pueda perjudicar. Guiadlos por el inicio de la vida para que esta pueda ser siempre tan extraordinaria como lo es ahora. Y cuando llegue la hora de largarlos, porque cambien de curso o de escuela, guardadlos en un rinconcito de vuestro corazón y despedidlos con un “hasta siempre” porque podéis estar seguros de que ellos también os guardarán a vosotros.
Cuando andemos por la clase, por el patio o vamos de excursión, nos dejaremos ir e invitaremos a nuestra mano a acariciar la cabecita de un niño o a coger su mano mientras le hablamos… Abriremos nuestro corazón y aprenderemos a mirar a nuestros alumnos dulcemente, con ternura, y a acogerlos con nuestra sonrisa siempre que los vemos tristes. Cuando queramos charlar con algún alumno, dejaremos que nuestro brazo pase por encima de sus hombros, como haríamos con un amigo. Nos acostumbraremos a emplear términos amorosos y apacibles: “¿Qué te pasa cariño?”; “Anda, chatita, hazlo, por favor”; “Gerard, guapo, ¿que no acabas?”; etc. Tranquilizaremos el tono de voz, guardaremos el grito para cuando sea estrictamente necesario y descubriremos que entonces sí, entonces sí nos será útil. Haremos saber a nuestros niños y a nuestras niñas que los queremos, con los hechos y con las palabras. Contagiaremos nuestro espíritu a nuestros alumnos e intentaremos potenciar entre ellos unos fuertes lazos afectivos. Haremos todo esto y más, todo lo que podamos para que la nueva pedagogía se pueda asentar en cojines dorados por el tinte del amor y no nos arrepentiremos: nuestro trabajo se volverá mágicamente más fácil y, os lo aseguro, nos ofrecerá unas vivencias que reforzarán el convencimiento de que tenemos, con diferencia, el oficio más hermoso del mundo.

bottom of page