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La Escuela de la Alegría: Reír es vivir

 

“Si no fuera por los breves instantes de respiro que ofrecemos al mundo con nuestras tonterías, este vería suicidios en masa, en cantidades que podrían compararse perfectamente con la mortalidad de los conejos en Noruega.”


G. Marx




4.5. La escuela de la verdadera alegría: Reír es vivir.

 

¿Nunca os habéis parado a pensar cómo puede ser de maravilloso el mundo a los ojos de un niño pequeño? La gran mayoría de las vivencias y de las sensaciones empiezan siendo nuevas y casi siempre producen placer: comer, jugar, pasear, las caricias y las palabras, etc. Podríamos afirmar perfectamente que si cuando nacemos tenemos garantizada la satisfacción de todas nuestras necesidades, las que nos son básicas, el inicio de la vida puede apostar casi siempre por el goce.
¿Qué nos pasa después a muchos, pues? ¿Hemos dejado de satisfacer quizás aquello que necesitamos de verdad para seguir viviendo? ¿Por qué Guillem, en su carta, intuye que la gente adulta no anda por la vida con excesiva satisfacción? Porque, cuando escribe, muy extrañado: “Los ves andando por la calle y la mayoría van arrastrando la cara en la tristeza y en la preocupación”, ¿puede llegar a creer que esto de hacerse adulto es una cosa atractiva? Y cuando reflexiona afirmando:”desde que alguien decidió que mi niño se había muerto y que ya era un pequeño hombre, ¡la escuela es un rollo!”, ¿no os parece que empieza a sentirse condenado a aquella concepción inicial de los primeros tratados de educación que percibían al niño como un hombre pequeño? Y es que en verdad, aunque sea inconscientemente, ¿no estamos pretendiendo que nuestros hijos y nuestros alumnos empiecen a asumir responsabilidades adultas y a comportarse como mayores demasiado pronto? Sí, ya sé que la vida es muy competitiva y que si no empezamos pronto cuando lleguen a ser personas hechas quizás no sabrán salirse… Pero yo no dejo de preguntarme: ¿Como se puede formar una persona si antes no ha podido disfrutar plenamente de su infancia? Y no dejo ni dejaré nunca de creer, que me gustaría llegar a la muerte, sea de viejo o sea cuando deba ser, habiendo sido toda la vida lo que tantas veces me han dicho diferentes padres y madres de alumnos míos: un niño mayor. ¿Y qué? ¿Os parece muy terrible? ¿Y qué pensaríais si os explicara que muchas veces, casi siempre en el trabajo, se han pensado que era más joven de lo que soy? ¿Y si os invito a jugar con los niños y con las niñas? ¿y a conseguir que sus ojos se abran como lunas con la narración de un cuento? ¿y a reír unidos haciendo mil y una tonterías? ¿y a intentar de verdad que la gran mayoría de cosas que hacéis con ellos y con ellas impliquen disfrutar por las dos bandas? ¿Quizás pensaréis que puede ser poco serio? ¿O quizás tendréis miedo de que si os rebajáis a su nivel se os subirán encima? ¿Os dará vergüenza, a lo mejor?
Yo os aseguro que nada de esto. Yo os prometo que si llega un día en que el trabajo de maestro o de padre, o de maestra o de madre, llega a volverse realmente divertido y vuestros alumnos o hijos disfrutan de vosotros y con vosotros la mayoría del tiempo todo será mucho más fácil y la vida ganará en felicidad.
Todos hemos aprendido con los años que la felicidad absoluta no existe. Todos hemos aprendido también que a las utopías es imposible llegar. Hay mucha gente, pero, que al saber esto se relaja y opta por dejar que la vida obre por si sola. Hace poco leí que hay hombres que asumen como sueño cambiar el mundo y otros que se conforman con cambiar de coche. ¿No sería mejor pretender siempre que nuestra vida y la de los que nos rodean sean más agradables? Si además os queréis cambiar el vehículo o aspiráis, como yo ahora mismo, a contribuir en la búsqueda de una humanidad mejor os felicitaré de todo corazón. Pero no olvidéis el primer objetivo nunca, por favor… ¿Y qué demonios es aquello que os ayudará a haceros y a hacer la vida más feliz, o más agradable? Con los años muchos hemos descubierto que, ya pudiendo disponer de las cosas básicas, la búsqueda materialista no asegura un menor asomo de felicidad que no sea instantánea o temporal. Si vas a vivir a una casa mejor tendrás más posibilidades, no lo niego, pero esto no te salvará de una depresión si tu vida te está ahogando. ¿Y cual será, así, la llave que diferencia la persona que se siente globalmente feliz de la que no se siente? Si dejamos de banda la salud, tener trabajo, una economía básica y el amor, que todos sabemos como ayudan, yo diría que lo que hace falta es estar bien con uno mismo y con aquellos que apreciamos y a la vez poder disfrutar al máximo de todo lo que haces. De lo primero ya hablaremos en el próximo capítulo y con respecto a lo segundo volveré a atacaros con otra pregunta comprometida: ¿Es fácil hoy en día poder disfrutar de una vida globalmente feliz, cuando la acumulación de trabajos ( profesional y del hogar) nos estresan, cuando a nuestro alrededor percibimos más insatisfacción que alegría, cuando las noticias lejanas no hacen más que hablar de desastres, cuando nos bombardean por todos los lados diciéndonos que si no nos adelgazamos por debajo del peso que seria normal no seremos atractivos, que si no llevamos unos zapatos de tal marca quizás los amigos nos mirarán mal, etc.? Supongo que leyendo esto no deberíamos extrañarnos tanto ante la imagen que ofrece Guillem de la gente “arrastrando la cara por la calle”… Hoy mismo paseaba por la Gran Vía de mi pueblo e iba escuchando música con un walkman y unos auriculares (¿habéis escuchado nunca la canción What a wonderful World, cantada por Louis Armstrong? (¡Es maravillosa!)) Me sentía feliz y supongo que iba sonriendo cuando me he cruzado con una excompañera de la escuela que me ha detenido y me ha preguntado: “¿Qué te pasa?” “A mí, nada” le he respondido. Se ha extrañado y entonces me ha dicho, con cara divertida de saber la razón de mi anormal conducta: “Estás escuchando una cinta de chistes, ¿verdad?”. Yo le he explicado que no, que sencillamente vivía un momento de felicidad, y nos hemos despedido mientras ella seguía intentando registrarme con la mirada, pensando que la mentía… ¿Por qué debes parecer diferente si vas sonriendo por la calle? ¿Por qué no podemos ir incluso cantando sin llamar la atención? ¿A dónde hemos llegado, mama mía?
¿No debería servir el mismo remedio que puede alegrar la vida de los adultos para los niños? Seguro que sí, y si analizamos la viabilidad de su aplicación nos daremos cuenta que con los pequeños nos será mucho más fácil. ¿Por qué? Pues porque los adultos acostumbramos a tener la vida muy encajada y las costumbres muy arraigadas, y un cambio, que para muchos debería ser radical, no siempre será ni deseado ni bien recibido. Los niños, en cambio, siempre, les guste o no, acaban viviendo tal y como los adultos programan que vivan. ¿Seguiremos, los maestros, las maestras, los padres y las madres, programando la vida de los niños y las niñas como una preparación para el día de mañana profesional o conseguiremos asimilar y actuar pensando que el futuro no debe ser un objetivo sino un resultado, un resultado que ganará en calidad si la previa ha sido disfrutada plena y equilibradamente es debido? ¿empezaremos, los responsables de la educación integral de los pequeños, a aceptar que tantas horas de esfuerzo no disfrutado no son exigibles para nadie y que siempre serán más perjudiciales que no constructivas?
La Escuela de la Alegría deberá ser consecuente con su nombre y luchar para garantizar que la vida de sus alumnos sea en el día a día y en la globalidad disfrutada en la mayoría de momentos. Este será uno de sus objetivos más importantes y el proyecto de escuela, el consejo escolar y el claustro deberán velar para conseguir que se den todos los condicionantes necesarios para que se logre en todos, absolutamente en todos los casos. Y lo deberá hacer preocupándose para establecer una pedagogía del goce en todas las áreas de aprendizaje y en todos los niveles educativos y a la vez, vigilando y ayudando para que en la vida extraescolar, familiar y no familiar, no se creen déficits, o graves vacíos de armonía, que puedan angustiar tanto a algún alumno que lo condenen a ser irrecuperable.
No os asustéis, por favor, que tampoco es tan exagerada ni inalcanzable la responsabilidad que acabo de definir. De la ayuda y del control de las circunstancias externas ya he hablado en el capítulo de La Acción Tutorial y, si lo habéis leído bien, sabréis que no estaremos solos y que dispondremos de todo el tiempo necesario para llevar a término esta misión. Nos centraremos ahora en la otra importante pretensión que implica la utilización de una pedagogía del goce… Una pedagogía que, quizás todavía, a muchos de los que me leéis os puede parecer una perfecta desconocida, mientras otros tenéis la sensación de que ya habéis sido presentados y que empezáis a intuir algunos de sus rasgos. No me gustaría que nadie esperara que esta pedagogía viniera definida tan sólo por lo que en este capítulo estoy explicando y explicaré. La Escuela de la Alegría y la pedagogía del goce nacerán de verdad cuando se puedan dar una suma de realidades que se están empezando o se empezarán a definir con todas y cada una de las ideas que configuran los diferentes capítulos de este libro, los que ya habéis leído y los que leeréis.
¿Por qué he titulado al área de aprendizaje del goce y a este capítulo con el lema Reír es vivir? Quizás algún listo pensará que ahora saldré con la cantidad de músculos de la cara que trabajan cuando reímos, cuestión que tiene su importancia, claro, pero que no tiene, evidentemente, la suficiente consistencia para argumentar el valor de esta frase. Soy consciente de que no siempre que reímos disfrutamos, y si no que le pregunten al chino que supuestamente inventó aquella tortura de las cosquillas… Tampoco siempre que disfrutamos reímos, ¿verdad? No podéis negar, pero, que inconscientemente acostumbramos a asociar el hecho de la risa con el hecho de divertirse y el hecho de divertirse con el hecho de disfrutar. Y es que, si lo pensáis bien, ¡qué bien que nos encontramos después de haber echado unas cuántas risas! Y si tan bien nos encontramos, ¿por qué no lo aprovechamos más a menudo? ¿Quizás por qué nunca nadie nos ha dicho que esta gimnasia se debería practicar cada día, cuantas más veces mejor? Pero si no deja ni agujetas y la puedes llevar a término en casa, en el tren, en el trabajo o dónde quieras. Últimamente me he asustado mucho con un estudio que se ha publicado: “Los jóvenes de hoy en día prefieren la marihuana al alcohol para estimularse cuando beben ir a divertirse”. Y me he asustado, porque realmente es cierto que hay mucha gente, quizás demasiada, que si no se toma algo es incapaz de disfrutar en cualquier fiesta. ¿Qué o quien los ha conducido a producir esta relación tan dependiente? “Quizás es para vencer la vergüenza”, seguro que alguien dirá. Y yo, que en mi adolescencia era el tímido más grande que existía en toda la comarca, le respondería que la vergüenza se puede vencer de muchas otras maneras. ¿Debemos pensar que se trata de una costumbre adquirida y ya está? ¿O quizás siempre ha sido una moda? ¿Y no podría ser que el aprendizaje para la diversión ha sido siempre dejado de banda y cuando hemos de afrontar situaciones presuntamente alegres nos debemos tomar algo, porque si no lo hacemos pensamos que quizás no estaremos a la altura de las circunstancias y de los amigos? ¿Quien nos enseña a divertirnos o a ser divertidos? “¡Ep, no, que esto se lleva en la genética!” Hombre, algo sí que se puede llevar, pero esta capacidad debería ser también educable… “¿Y como se educa esto?” Pues como todas las otras cosas: analizando los diferentes conceptos que implican la risa y la diversión, practicando repetidamente los diversos procedimientos que se derivan y adoptando las actitudes necesarias y... ”Hombre, pero si yo no tengo gracia ni explicando un chiste a los amigos cómo puedo pretender enseñar a mis alumnos a...” No te preocupes, caramba, que seguro que en la escuela nos harán un seminario para enseñarnos a ser más divertidos educando y nos pondrán un especialista del goce que dicen que es algo payaso y...
No, amigos y amigas, no he pretendido tomaros el pelo. El goce, la risa y la capacidad para divertirse son tan educables como cualquiera de las cosas que hoy estamos enseñando a las escuelas y se merecen un área de aprendizaje para ellos solitos y unos tiempos determinados en los horarios de todos los niveles educativos, preuniversitarios, desde los 0 años, y universitarios. ¿Y qué haremos en las clases del goce? Yo estoy convencido de que si nos sentáramos unos cuántos y unas cuántas maestros con gente que fuera especialista en el tema y nos pusiéramos a diseñar el currículum de esta área como aquel que escribe un guión para una serie cómica, y perdonad si me he pasado, surgirían sobre el papel un montón de ideas que irían configurando un buen listado de objetivos, de recursos y de actividades posibles para todas las edades y niveles. Ahora mismo, sin romperme demasiado la cabeza, se me acuden unas cuántas posibilidades, algunas que ya he experimentado y otras que me acabo de inventar: ¿Por qué no podemos hacer talleres de cosquillas, aprender a explicar chistes con gracia, talleres de risa con el estudio y la práctica de todas las formas posibles que facilitan este acto tan humano? Talleres dónde aprender a hacer bromas que no hieran y aprender a aceptar con una sonrisa las bromas que nos hagan, o para aprender a hacer el payaso, o... ¿Y por qué no montamos fiestas con el único propósito de divertirnos, escogiendo las ideas que dan los niños y comprobando después si han servido para que todos y todas disfrutemos? También podríamos hacer proyectos sobre los diferentes tipos de formas y de gente que han servido durante la historia más o menos pasada, reciente o presente al guapo trabajo de producir la risa de los demás. ¿Y qué os parecería un concurso de poner las caras más feas? ¿Y el hecho de poder comprobar in situ que podemos disfrutar con las cosas o los actos más insignificantes? ¿Y aprender a disfrutar del juego para el juego, sin más implicaciones ambiciosas? ¿Y no será importante adquirir la conciencia de que el trabajo y el esfuerzo muchas veces pueden venir acompañados por el goce?
¡No lo dudéis! Hay muchos contenidos y recursos que, si queremos, nos permitirán elaborar unas completísimas y, espero, divertidísimas programaciones para la Área del goce. Esta cuestión, en principio, no me preocupa excesivamente. Lo que me preocupa más es el peligro de caer en la trampa, tan usual en la enseñanza, de relajarnos en la potenciación de un ámbito educativo determinado porque se considera que ya tiene unas sesiones y unas programaciones determinadas. Si ya hacemos música con el especialista, ¿por qué debemos cantar en otros momentos? ¿No os suena?
No, el tratamiento del goce dentro de una área será un paso, tan sólo un paso, que nos ayudará a establecer una verdadera pedagogía de la alegría. Nuestra forma de actuar, de ser maestros, en todas las otras áreas y en general, en todo lo que comporta la vida escolar, deberá hacer el resto. Deberá ser, a la fuerza, una nueva concepción del magisterio que se asiente en todo aquello que habéis estado leyendo y que leeréis y que no podrá olvidar nunca cuatro premisas esenciales: los maestros debemos tener una vocación sólida para nuestra tarea, debemos disfrutar la mayoría del tiempo que pasamos trabajando, debemos ganarnos a nuestros alumnos, grupal e individualmente, en el querer y en el respeto, y debemos saber motivarlos y llevar a término una forma de enseñar que resulte, también la mayoría de veces, atractiva y placentera. Si contamos con todo esto me cuesta mucho creer, os lo digo de verdad, que no acabemos sintiéndonos realizados y triunfadores.
Con respecto a la vocación y al hecho de disfrutar con lo que hacemos, pocas cosas más puedo decir. De como ganarnos a los alumnos también hemos hablado mucho en los primeros capítulos. De la forma de actuar, pero, aunque también he dado ya bastantes pistas, aprovecharé el tema que estoy desarrollando para hacer unas cuántas consideraciones.
¿Y cual debe ser nuestra actitud ante los niños? ¿No sería bueno que, salvando las distancias, nos acercáramos un poco a la actitud que deberíamos tener siempre los padres y las madres? Deberíamos ser amorosos y afectuosos, estrictos y flexibles, siempre próximos y comprensivos, asumir el rol de adulto como modelo y a la vez, saber rebajarnos al nivel del niño para jugar, reír y disfrutar juntos, dar la clara impresión de que tenemos la última palabra, pero aceptar que ellos también la pueden tener muchas veces, preocuparnos por ellos, ayudarlos y aconsejarlos siempre que haga falta, aceptar que ellos también se preocupen por nosotros y, muchas veces, también nos ayuden, etc. Estimarlos, en definitiva, como algo nuestro y hacer del querer que ellos nos ofrezcan un motivo más de vida.
Sí, ya lo sé, queda muy guapo pero los alumnos no pueden ser nunca nuestros hijos… Evidente, pero ¡qué hermoso que es acabar sintiéndolos como propios! ¡Y qué preciosa es la sensación de ver que ellos también te sienten suyo!
Si conseguimos que nuestra actitud, poco a poco, vaya asemejándose a la que he definido tendremos mucho ganado, pero no todo. Quizás os parecerá exagerado, pero mi ambiciosa pretensión todavía va más allá. Para poder disfrutar con nuestros niños nos hace falta adoptar una forma de ser y estar alegre y feliz siempre que podamos: en los recibimientos y en las despedidas, en nuestra forma de andar por la clase, de explicar y de escuchar. Debemos saber gastarles bromas y enseñarlos también a ser irónicos con nosotros, debemos reír cada día y hacerles reír a ellos, debemos saber despeinarlos y si hace falta, dejar que nos despeinen, hemos de enseñarlos a maquillarse y a disfrazarse y hacerlo, también a veces, nosotros, debemos cantar y bailar aunque no toque y aprender que muchas veces en la improvisación encontraremos una muy rica fuente del goce. En definitiva, una forma de ser y estar globalmente disfrutada que irá acompañada de una forma de enseñar interesante y motivadoramente atractiva. No se trata, como muchos podríais pensar, de sacar zumo a las piedras, sino de conseguir que todos y cada uno de los aprendizajes, unos más y los otros menos según sus posibilidades, acaben asumiéndose con ganas y con ilusión y desarrollándose en un clímax relajado y óptimamente disfrutado.
Ya sé que ahora mismo es muy difícil demostrar que esto es posible con todo lo que nos piden que hagamos en la escuela, sea cual sea el nivel y sea cual sea el área. Espero que la definición de actitudes, de recursos y de aspectos educativos muy diversos que a lo largo de todo el libro os iré regalando os ayude a percibir que mi deseo no es una utopía. Ahora y aquí, aparte, tan sólo puedo aportar unas cuántas ideas y recetas que yo ya he practicado, pero que sólo serán unas cuántas y estarán todas referidas a la vivencia del que hasta ahora ha sido mi mundo: la Educación Infantil.
No olvidéis nunca que la calidad y la decoración del espacio y su distribución, así como la diversidad de recursos educativos os ayudarán mucho a conseguir este clímax deseado. En otro capítulo ya estudiaremos el tema a fondo, pero ahora quería hacer mención. Así, una silla cómoda y la luz adecuada harán que un niño no se canse tanto y poder escuchar la música adecuada que surge de un buen equipo de audio mientras se está haciendo una ficha no supondrá una distracción, sino una ayuda para que el trabajo se haga más plácidamente.
Buscad siempre la forma de presentar las actividades no sólo como algo necesario, que hay que hacer, también como algo atractivo. Debéis ser también conscientes de que cada tipo de actividad tiene un tiempo recomendado según la edad de los alumnos, y de que la pretensión de excederlo exageradamente nunca puede acabar con éxito. Sorprended alguna vez a vuestros alumnos con pequeñas trampas que los hagan sonreír: podéis utilizar recursos clásicos como el “¡Oh!, te has manchado” seguido del dedo que sube y aprieta la nariz del inocente, o tapar los ojos viniendo por detrás y preguntar: “¿quién soy?”, etc. Pero si vuestra “bromateca” particular no es demasiado amplia o no os gusta, podéis, como en todo, inventar mil y una sorpresas: “¿Quién es el niño más bebé de la clase?” (y no va a responder nadie, pero cuando se enteren que tienes una sorpresa para el que se avenga a seguir la broma entonces todos levantarán la mano); “Gerard, ¡ven aquí inmediatamente!” (y cuando el niño viene con la cabeza baja pensando que ha hecho algo malo le lanzas: “¡Hace tres días que no me das un beso! ¿Ya no me quieres?”); “¡Maria! ¿Dónde la has puesto?” (y cuando la niña levanta las manos y mira hacia abajo sin saber qué buscar le sueltas, bien preocupado: “Has perdido la sombra…"); “¿A ver? Levanta el brazo que me parece que te han salido unos granitos aquí debajo...” (y le haces cosquillas, muchas cosquillas…); “Pablo, mira ve por favor a la clase de las focas y le pides a la señorita que te dé una puntada de pie...” (y como que el niño no relaciona que lo que va a pedir es una “patada”...); “Y ahora, os escondéis todos y cuando lleguen las madres y los padres les diré que habéis marchado a... (un día colgamos un cartel diciendo que estábamos en la playa y desde detrás de las cortinas mirábamos las caras que ponía la gente cuando lo leía...); y podría seguir y seguir, pero me parece que ya lo debéis ir entendiendo: se trata de buscar el momento y repetir recursos ya usados o improvisar de nuevos. ¿Y todo por qué? ¡Por una sonrisa!
Pero si alguna vez estáis espesos, la inspiración os ha abandonado y el Manual escolar de pequeñas bromas y sorpresas irónicas todavía no se ha publicado (qué idea, ¿no?), entonces os podéis salir perfectamente o bien haciendo algo el payaso (de hacer el bobalicón todos sabemos y os aseguro que los niños y las niñas ríen con bien poca cosa) o bien con unas cuántas cosquillitas aquí y allá o, sencillamente, con una “pedorra” (prrr...) en la cabeza de algún niño sin avisarlo. No os angustiéis, pero, que tampoco hace falta que os paséis el día haciendo esto, ¿eh? Ahora bien, ¿no os parece que no nos hará ningún mal algo de esta medicina?
No os frustréis si nunca empezáis a actuar un poco como os he apuntado y un alumno, ante una broma inesperada reacciona llamándoos mentirosos, u otro, ante vuestra “rara” conducta os mira divertido y dice: “¡Está loco!” El camino será largo y debéis tener en cuenta que la tendencia social casi siempre guía hacia la conducta seria y las referencias familiares de la mayoría de los niños y de las niñas no acostumbran a ser, normalmente, irónicas. Recuerdo que muchas veces una madre o un padre ha regañado a su hijo o a su hija porque me han sacado la lengua por la calle, respondiendo a mi provocación inicial: “Esto no se hace”, y te miran como disculpándose. Cuando les explico que he empezado yo primero suelen mirarme con cara de pocos amigos.
Bien, hasta ahora hemos hablado mucho de actitudes y de formas de actuar puntuales. No abandonaré este tema, pero, no os preocupéis, sin ofreceros alguna muestra de aquello que quería decir cuando os he invitado a disfrazar los aprendizajes por tal de que sean más divertidos de lo que en esencia acostumbran a ser. Cuando digo disfrazar no sugiero que siempre vayamos a presentarlos de forma irónica. También podemos regarlos con aires de reto, o de aventura, o de concurso, o de... ¿Qué os parece si damos cuerpo a las ideas con algunos ejemplos?
¿Qué tal para empezar uno de retos?: “Ui, ui, ui, me he encontrado un señor por la calle y me ha preguntado qué curso hacía. Cuando le he respondido que p-4 me ha dicho: “Ah, ¿así tienes niños y niñas tan pequeñitos que no saben ni pintar sin salirse de la raya?’”. La respuesta de los niños será, seguro, de pura indignación y entonces podremos invitarlos a demostrar que sí que saben pintar bien en una ficha que ya tendremos preparada.
U otro reto:”Los niños y las niñas de la mesa que se porten mejor durante el desayuno ¡están invitados a ver títeres en el patio!” Y cuando todos han acabado pasamos la inspección y, sorprendidos, gritamos: “¡Y los ganadores son...! ¡Todas las mesas!”.
¿Y qué os parece uno de aventuras?: “Domingo fui a la montaña, me perdí y, ¿sabéis qué encontré?... ¡Una cueva! ¿Sabéis quien vivía en aquella cueva? En la entrada había un cartel que ponía: “Brujo Robanombres”... Entré y ¡me lo encontré durmiendo la siesta! Entonces, intenté salir sin hacer ruido, pero cuando lo estaba consiguiendo... Se despertó, se enfadó mucho y empezó a gritarme: “¡¡Te robaré el nombre!!” Pero yo le contesté burlándome que me daba igual porque yo ya lo sabía escribir y lo volvería a escribir mil veces y además, ya lo tenía escrito en la libreta de los teléfonos de casa y en el buzón y en la cartera y en... Entonces se enfadó todavía más y me gritó: “No me importa, porque tienes el nombre muy feo y lo que haré será venir a tu clase, porque se te ve en la cara que eres profesor, ¡y robaré todos los nombres de tus niños y de tus niñas!” Ay, ay, ay, pensé, pero le respondí que cuando llegara a la escuela el lunes, lo primero que haría seria preparar una ficha para que todos mis alumnos repitieran el nombre unas cuántas veces y terminarán por aprenderlo… Y además, esa ficha se la llevarían casa… Así, el brujo nunca les podría robar aquellos nombres tan guapos que tenían. ¡Ea! ¡Y me fui! Porque, ¿os imagináis qué pasaría si os robaran el nombre? La gente os gritaría como querría y sería un desastre horroroso: “Eh, niña, a dormir”, “Oye, tú, ven aquí”, “Ep, chaval, ¿nos vamos o qué?”, “Hijo de mi corazón, ¡a comer!” Sería terrible, ¿verdad que sí?”. Y acabaron todos llenando una ficha que se presentaba aburrida con un entusiasmo y rigor encomiables…
También nos podríamos aventurar ayudando el conejito a volver a su madriguera a través de un peligroso laberinto antes de que no llegue el zorro y se lo coma, o convertirnos en pequeños Indiana Jones y recorrer un circuito psicomotriz lleno de peligros y trampas, o ayudar a 4 puntitos que se encuentran solos y aburridos, ¡y lloran!, a hacerse amigos, descubriendo al hacerlo que acabamos de inventar el cuadrado, o ir hasta el país del sonido /m/ y descubrir los objetos que se han introducido sin tenerlo , con la mala intención de secuestrar a la reina Mamemimomu para llevarla a otro reino y convertirla en prisionera de la bruja Lalelilolu o Caquequicocu o...
Y también podemos hacer reír, claro está. Me viene a la memoria una de las actividades más tontas que he inventado y que hace que los niños, mientras aprenden a contar, se peten de risa. Empezamos colocando en medio de cada mesa un montón de fichas de jugar (o colores o lo que queráis…) Anunciamos un concurso matemático que consiste en que todos los niños y las niñas de cada mesa cojan exactamente tantos objetos como indique la cantidad que el maestro dirá oralmente. Se repite la operación varias veces, tantas como los números que queremos trabajar, y cada vez, el maestro va pasando inspección anunciando que no ganará ninguna mesa en voz alta, mientras en voz baja invita a los compañeros del niño que lo haya hecho mal a corregirlo. Como que cada vez ganan todas las mesas, el maestro hace ver que se enfada mucho y anuncia que se va de la clase y que hará venir a otro maestro del extranjero y que, como que no habla catalán, habrá de escribir el número de los objetos que han de coger en la pizarra. Entonces empiezan a entrar profesores diferentes, es decir el maestro haciendo caras extrañas, con sombreros diferentes, cambiando la voz, y hablando cada vez lenguas diferentes: “Buon giorno per la matina, amici mei io volio que voi prenere due ficheta…”, o “Good morning my little child, you must to take four faiching…”.... Las inspecciones, claro está, también suenan extraño: “Ooh la la, trés bien mes enfants…” o “Jamalaja alibaba mojama…”o... Al final, todos marchan también enfadados, porque acaban ganando todos los niños, y cuando acabamos, os aseguro que todos y todas, ya hartos de reír, aceptan de muy buen grado de hacer la ficha numérica que atañe.
Otro recurso que nos podría servir también es algo tonto pero más de una vez, cuando lo he utilizado, me ha hecho temer que algún niño se haga pipí de risa: El maestro está explicando en la pizarra como de debe pintar un objeto sin salirse de la raya: “porque si pintáis primero las paredes, vais en cuenta y no os distraéis...”, entonces gira la cabeza, mira a los alumnos, sigue pintando, y se sale exageradamente de la raya. Los niños gritan como si hubiera asesinado al dibujo y él, muy teatralmente, pide perdón a la pizarra y al dibujo, coge el borrador y se acerca poco a poco a la pizarra, invitando a callar a los niños y…, cuando está muy próximo…Pooom, da un golpe en la madera con el puño escondido y se retira para atrás como si la pizarra le hubiera pegado. Si vierais como se llegan a reír todos y todas sabríais que vale la pena, entenderíais que sandeces como esta y muchas otras, al maestro, más que hacerlo sentir ridículo, lo hacen sentir como el hombre más importante del mundo.
Son formas de hacer, son formas de ser y, sin lugar a dudas, son formas de disfrutar. ¿Que no os gustan estas? Pues buscad otras, pero, por favor, divertíos y conseguid que vuestros niños, alumnos o hijos, se diviertan con vosotros. Os aseguro que esta será una de las mejores inversiones que podéis hacer en la vida.

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